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    Juan Uslé: «Me gusta moverme entre fronteras»

    Hacía diez años que la galería Joan Prats de Barcelona no exponía a Juan Uslé (Santander, 1954) y finalmente presenta una selección de su obra, realizada desde 2009 hasta hoy. Uslé, uno de los artistas actuales más internacionalmente reconocido, comparte la vida entre su estudio en Nueva York y un pueblecito cántabro, y en su exposición nos habla de la dualidad, de la inmediatez y la duración, a través de dos personajes, Landropo y Zebulón, protagonistas de un relato corto suyo, que dan título a la exposición. “Landropo y Zebulón son dos actitudes en pintura –explica Uslé– Landropo es un personaje dotado y sin escrúpulos, nacido y educado para llegar a lo más alto. Es reconocido como un pintor rompedor y revolucionario, pero es sobre todo egocéntrico y ambicioso. Zebulón, en cambio, ejemplariza una actitud más humilde, pero imprescindible: el aprendizaje como ejercicio permanente. Los dos son grandes artistas y llegan a coincidir, hacia 2050, en un edificio donde ambos tienen estudio. Comparten una pasión común por la pintura pero su aproximación y el entendimiento de la profesión es completamente distinto en ambos casos. Cada uno a su manera construye una red de influencias sobre el otro, que al final desemboca en una situación inesperada, tan cómica como posiblemente real. Hablar de Landropo y Zebulón es hacerlo de dos tiempos innatos al proceso de la pintura, un modo de reivindicar como condiciones imprescindibles la inmediatez y la duración.”

    ¿Hay antecedentes artísticos en su familia?
    No sé, al menos yo no tengo noticia de antecedentes vinculados a las artes plásticas. Pero sí que ha habido fundidores, canteros y sobre todo, vaqueros. El “antecedente” que más me influenció fue sin duda mi padre; era una persona muy observadora y muy dotada para el dibujo. Recuerdo que siendo, mi hermano y yo muy pequeños, nos sentábamos por la noche cerca del fogón a deshojar panojas y él nos hablaba de historias de pájaros y animales, y de sus aventuras en África, donde hizo su servicio militar. Cuando le preguntábamos sobre algún pájaro solía dibujarlo de un trazo, sin dudar; representando su contorno sobre algún papel de envoltorio, estraza o periódico, que hacía las veces de mantel. Era increíble ver el lápiz de carpintero rojo desplazarse, o el tizón de leña tiznar sobre el papelón lo que al final sería la cresta o el plumaje distintivo de un pájaro.

    ¿Cómo llegó a la pintura?
    Desde el dibujo. Casi todos los niños dibujan espontáneamente cuando son pequeños; es para ellos una forma natural de expresión y también un medio de conocimiento, que generalmente luego se abandona o arruina, bien por falta de inquietud, de pasión, o por ceguera o negligencia de los tutores. Yo tuve suerte, porque pronto en la escuela el maestro vio algo en mí y ciertos días me sentaba a dibujar aparte. Recuerdo un día en que me dio una caja alargada con unas barritas de color prensado dentro, acolchadas sobre algodones: Goya se llamaban. Y con ellas coloreábamos un mapa. Ese día estuve especialmente emocionado. Deslizar la barrita y frotar con el algodón sobre la superficie del papel, esparciendo como nubes de color aquel material tan vaporoso…¡era como subir al cielo sin fumar!. Para colmo un día, meses después, el color y su magia, se transmutaron en sustancia. Volviendo de la escuela me encontré con un extraño artilugio frente a un grupo de casas en una barriada del pueblo, lo que resulto ser un pintor aficionado o “dominguero” pintando sobre un lienzo tensado la arcada de la casa de un vecino. El cuadro no me impresionó mucho, ni el extraño artilugio en el que se apoyaba, pero aquella suntuosidad cromática intensísima, indescriptible, del color, óleo, ordenado en pequeños montones, en la parte superior de la paleta y destruidos por abajo, tan intenso y brillante, mezclado, restregado, esparcido y tramado sobre el resto de superficie, se hacía insoportable a mis ojos. Un placer excesivo, indescriptible, creo que allí me enamoré por primera vez. Luego, ya en el instituto, la cosa se complicó. Se complicaba cada año que teníamos como asignatura Dibujo Artístico, porque el profesor siempre se empeñaba en llamar a mis padres e intentar convencerles de la importancia de enviarme a estudiar Bellas Artes. Por desgracia Artes o Bellas Artes solo significaban “pensión”, no eran conceptos tan reconocidos en mi casa como la precariedad de la economía familiar. Como cada año la historia solía repetirse, la cosa terminó siendo bastante frustrante y yo seguí dibujando a escondidas.

    ¿Cómo pasó de la figuración a la abstracción?
    Para mí, la palabra “abstracción” no es solo un término estilístico, ni tampoco un concepto cerrado. En la vida abstraemos constantemente, porque hemos de sobrevivir, y en términos pictóricos diría que la abstracción ya no es una zona acotada sino una especie de burbuja, un espacio o hábitat membranoso y flexible del lenguaje pictórico; que se mueve para expandirse o concretarse y se nutre cada vez más de la vida misma, tanto orgánica como intelectual. Personalmente nunca he sentido la abstracción como opuesta a la idea de representación y personalmente creo que el viejo dilema y separación entre ambas categorías quedó ya obsoleto hace mucho tiempo, por raquitismo, por excesivo afán didáctico, clasificatorio, por el afán de encasillar lo no encasillable.
    Me gusta moverme entre fronteras, siempre ha sido así, de ahí mi dificultad en definir o explicar las cosas que hago; pienso que si me resultara muy fácil explicarlas quizás no debería hacerlas. Llegué a la pintura y a la abstracción de manera natural, desde el dibujo. Ya en la escuela hacia mis pinitos y a veces me saltaba aquellos sórdidos ejercicios académicos, de estudio de modelos, para detenerme o desviarme hacia una mancha o un color vibrante, me parecía mucho más interesante, novedoso y divertido.

    ¿Le ha influenciado el expresionismo abstracto americano?
    De chaval pasé muchos veranos en el pueblo y recuerdo aun bien las formas, las imágenes y paisajes que las manchas de humedad, los desconchados y los nudos configuraban en las maderas del techo de la habitación donde solía dormir. “Lo primero que ves permanece en ti” dice una frase que me gusta y yo pase muchas horas interpretando, recorriendo aquellas manchas con la mirada.
    El Expresionismo Abstracto americano, de algún modo, eran también manchas. Lo descubrí ya en Valencia, en Bellas Artes, y por supuesto que me influenció, me era familiar. Vi un cuadro de Joan Mitchel, reproducido en pequeñito y me encantó. Era una pintura soberbia, que he visto en directo mucho después, y aun siendo la reproducción bastante deficiente me influyó. Fue como una fisura que se abría hacia un horizonte nuevo en cuanto a formas de mirar y de ver. El horizonte de un planeta plano llamado Pintura comenzaba a extenderse mucho más allá de aquellas enseñanzas académicas guiadas por la verdad de un modelo. Tàpies también me sirvió, lo encontré merodeando entre desconchados, entre graffitis de tiza, chamboris y puertas viejas en el antiguo barrio judío de Valencia. Más tarde, mientras que en nuestro pequeño “círculo progre” consumían Pollock, yo fumaba De Kooning. Siempre me ha encantado su frase: “La pintura es como un ragú” y lo considero, junto con Philip Guston uno de mis pintores favoritos. De Kooning es el puente que, en pintura, abraza el deseo y el desparpajo descarnado, tan genuinamente americano, con la tradición exquisita de la cultura europea.

    ¿Hay algo de automatismo en su proceso de trabajo?
    Sí, claro, hay un plan, y automatismo también, reflexión y abandono. Si uno no se libera, la pintura lo acusa y enmudece, su voz no acaba de coagular, ni puede percibirse su susurro. Hay algo implícito en la pintura, en el dibujo, la danza, poesía…, sobre todo en las artes relacionadas con el cuerpo: la inmediatez. Calvino lo ilustró bien para hablar de Leopardi. A veces con un solo trazo se resuelve un cuadro que se venía gestando y madurando durante meses. Pero es raro que esto se produzca así: ¡Zas! sin pasar por las fases de zozobra, sin meditación, reflexión y distancia.

    Sus cuadros sugieren una mirada a través de una ventana a algo que está en expansión, algo que podría no tener límites, ¿es como revivir hoy el drama barroco de poder ser solamente partícipes de un instante de un mundo infinito y desconocido?
    Pues sí, algo parecido. Todo está en expansión desde el universo hasta nuestro crecimiento, nuestra visión de las cosas. Por fortuna, salimos hace ya tiempo de una moderna Edad Media y descalificamos muchas cosas y valores que eran antes verdad, acompañados por las inevitables crisis ideológicas y la caída del optimismo, la ciencia se dirige cada vez con más certeza al descubrimiento de mayores incertidumbres y el arte se da cuenta de que no solo es verdad aquello que surge de la razón, por mucho que se empeñen algunos; sino que la intuición y el ensayo imaginativo son cada vez más necesarios al arte y a la sociedad.

    ¿Hay alguna relación entre la fotografía y la pintura?
    Claro, es una vieja historia de amor. Durante más de un siglo la fotografía y la pintura se han estado admirando y rechazando, en privado y en público, sin dejar de ser una referencia la una para la otra.

    Su esposa, Victoria Civera, también es pintora, ¿cómo es la vida diaria de una pareja artística?, ¿comparten taller?, ¿ideas?
    Compartimos vida y tenemos talleres separados, Vicky es una gran artista y yo siempre he disfrutado mucho con su trabajo. Al ser tan polifacética, no solo pinta como hago yo, necesita mucho espacio para construir sus piezas, desplegar y almacenar sus obras. En NY ella trabaja en su taller de Williamsburg y yo en Manhattan, pero nuestra relación profesional es muy grande dado que se fundamenta en el respeto y la mutua admiración. Comprimir dos egos juntos en un único espacio no es fácil ni productivo, tanto física como emocionalmente. Compartir estudio puede resultar explosivo de ahí que ambos prefiramos tenerlos separados.

    ¿Qué le aporta su jardín?, ¿siente añoranza de él cuando está en Nueva York?
    Tranquilidad, la posibilidad de cambiar de chip, pasear, meditar, perderme un rato entrando en otros microcosmos sin tener que salirme de la finca. No, no lo echo en falta porque el jardín siempre es interior, de ahí la frase: “quien ama a mi jardín me ama a mí”. En ciudades grandes como Nueva York también hay jardines y parques estupendos. Tanto en Saro como en NY, salgo del estudio y procuro desconectar y como me gustaron siempre los árboles procuro plantar muchos en Saro y disfrutar viéndolos crecer. En NY me acerco a esos árboles inmensos, amigos impresionantes, para admirarlos y sentirme junto a ellos.

    Su hija, Vicky Uslé, también es pintora, ¿cree que los hijos de los pintores reconocidos lo tienen más fácil?
    No sé en otros casos. En principio, podría parecer que sí, que se parte con ventaja, pero creo que es al revés, pues no debe resultar nada fácil salir a un escenario donde se va a ser juzgado, cargando de antemano con un saco extra, repleto de ojos y miradas que señalan. Nosotros respetamos su decisión pero no participamos en ella. Va a tener que trabajar muy duro para soportar las voces que siempre le restregarán el nombre de sus padres. Pero Vicky es muy dura, además de encantadora y talentosa.

    ¿Escucha música cuando pinta?
    Sí claro, pero no en todo momento, ni siempre la misma. La selecciono dependiendo del momento, tanto mío como de la obra. Suelo poner música, pero no inmediatamente tras entrar en el estudio, sino después de mirar un rato, tras haber planificado lo que voy a hacer. Entonces selecciono la música y comienzo una especie de rutina, hago colores, nuevos colores, salto un poquito para desentumecer y vuelvo a revolver los colores. Dependiendo del momento en que me encuentro en el proceso prefiero una música más tranquila, íntima o agresiva. A veces me sorprendo a mí mismo cantando ópera, rancheras o gregoriano, tarareando lento música minimal, Satie, Marin Marais, Phillip Glass o Brian Eno ¡depende!

    ¿Qué le gusta leer?
    Disfruto mucho leyendo, sobre todo poesía, aunque paradójicamente suelo leer poca. Necesito estar en el punto, “abandonado” para leer poesía, entonces es tremendo y delicioso: cómo un solo verso, a veces una sola palabra, ¡me sugiere y comunica tantas cosas! Con el ensayo también disfruto y aprendo de manera más tangible, aplicable, diría. Barthes, Calvino, Virgilio… me contaron siempre muchas cosas. La novela que descubre el alma y ciertos caminos a medias entre la pena y el lenguaje, como en Berhard, por ejemplo, que ayuda sin disfraces a reconocer, a admitir la infancia de uno mismo. Ahora he comenzado a releer Mi último suspiro, lo leí hacia el 95 o 96 y necesito disfrutarlo de nuevo.

    A usted también le gusta escribir, ¿qué relación hay entre lo que escribe y lo que pinta?
    No, que va, yo no soy escritor, ni me siento capaz de seducir contando historias o escribiendo versos, aunque a veces nos atrevamos a expresarnos de otro modo, en un medio diferente al habitual. A veces siento la “tentación” y creo que me gustaría escribir sobre pintura, o sobre aspectos relativos, que rodean a nuestra profesión, pero siento que no sería suficientemente libre para hacerlo; así que de momento dejémoslo así. El lenguaje es fundamental para la expresión, pero la necesidad, el deseo de comunicar es aún mayor, y yo quizás sublimo mucho ese deseo pintando, esa picazón que a veces siento como próxima: la necesidad de nombrar cosas con la palabra. Pero al menos de momento solo me revuelve el deseo. ¡Veremos!.

    Voyage, voyage
    “Los viajes suelen ser muy estimulantes, excepto si son en grupo porque entonces la magia se rompe –explica el artista–. Yo procuro no abusar de ellos, porque el estudio, sobre todo siendo pintor, reclama casi todo tu tiempo. Además, aprendí a viajar, como Borges, desde muy pequeño, a través de los sueños y la imaginación. Paisajes y lugares, ciudades, lagos, océanos y desiertos, crecían sin demasiado esfuerzo, sobre todo, a través de aquel montón de datos y monótonas explicaciones que contenía en el árido libro de geografía universal de segundo de bachillerato, apenas ilustrado con escasísimas fotos en blanco y negro, bastante mal impreso, por cierto.
    Desde entonces no he parado de viajar y ya he visitado casi todos los lugares del mundo. Muchas veces viajo en primera, desde la cama, y otras en segunda, o en tercera o cuarta, desde el estudio, a veces algo agobiado, tratando de recomponer esos grises semiborrados del libro, desde la mezcla de casi todos los colores posibles. Mi viaje a Nepal en 1989 fue muy revelador.
    Más allá y aparte de las 12.000 diapositivas y los incomparables amaneceres frente y detrás del Everest; más allá de la belleza del verde turquesa de Kosaikunda, de aquellas pinturas, colores y templos. Más allá de la arquitectura y las plazas de las otrora poderosas ciudades, de la esencial humildad de los campesinos y los caminos de montaña, siempre está presente en el estudio la sonrisa de aquel pequeño nepalí que me encendió la luz invitándome a entender que la pintura podía ser una práctica más especial y profunda que el encuentro o la fidelidad a un estilo: la búsqueda en cada cuadro de algo tan preciado y esencial como aquello que él llamó “su diferencia”. Desde el respeto y la humildad, me dijo, en cada gesto y durante todo el proceso, siempre alerta, aprendiendo a escuchar y sentir.

    Buscando el equilibrio
    Uslé tiene estudio en Nueva York y en la localidad cántabra de Saro. “Es un contraste fabuloso, muy necesario. Vivir en Nueva York y en Saro es algo completamente distinto. ‘Uno es de donde respira’ y yo me muevo entre ambos sitios. Muchas veces, aquí se ha leído o encontrado en mi obra un llamémosle carácter americano y por contra en América mi obra suele verse como europea. Entre NY y Saro encuentro un cierto equilibrio y suficiente contraste, estímulo. Vivir en ambos sitios es como vivir en dos épocas diferentes y sobre todo a dos tiempos, a dos velocidades distintas. Me encanta la naturaleza y la defiendo por encima de todo. En Saro me dedico sobre todo a pintar y a disfrutar del monte, del campo, de los animales… Dedico mucho tiempo a plantar árboles (otra de mis pasiones), a buscar setas, y de nuevo a pintar. Miras una nube dibujando y te vacías. Pero al cabo de un tiempo largo aquí, necesito también el veneno y la gran ciudad. Cuando voy allí, a NY, ya en el avión siento mi cabeza inundada progresivamente de imágenes, imágenes y pinturas que van creciendo yuxtapuestas, superponiéndose unas a otras, amenazando seriamente con salir de mi cerebro. Cuando llego al aeropuerto he pintado ya 1001 cuadros y al entrar en mi casa, en Manhattan, lo primero que hago es abrir la puerta del estudio para asegurarme de que estoy allí y comprobar también que todo sigue allí. Necesito ambos lugares, no me imagino viviendo sólo en un sitio.”

    Marga Perera

    Usle

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