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    Sobre dinero, poder y belleza

    Coleccionista, marchante y experto de una casa de subastas, Michael Findlay es la gran autoridad en mercado del arte.

    Escocés de nacimiento, Michael Findlay inició su carrera en Nueva York en 1964 donde abrió una galería pionera en el SoHo en la que presentó importantes exposiciones individuales de artistas entonces desconocidos como John Baldessari, Stephen Mueller o Sean Scully. En 1984 se incorporó a Christie’s como responsable de pintura impresionista y moderna y más tarde fue nombrado Director Internacional de Arte y miembro del Consejo de Administración hasta el año 2000. Director de la galería Acquavella de Nueva York, Findlay ha condensado su dilatada trayectoria en el libro El valor del arte. Dinero, poder y belleza, editado en español por la Fundació Gala-Salvador Dalí dentro de su colección Arte, Mercado y Derecho, una lectura indispensable para sumergirse en el mundo del arte con un cicerone de excepción.

    ¿Recuerda su primera experiencia con el arte?
    Como adolescente que vivía en las afueras de Londres a finales de los años 50, me recuerdo descubriendo la Tate Gallery y la National Gallery, y también cómo un maravilloso profesor me enseñó a mirar largo y tendido las pinturas, a confiar en mi propio juicio y a formar mi gusto personal.

    De su larga trayectoria como galerista ¿con qué recuerdos se queda?
    ¡Necesitaría un libro entero para contestarle!. Hoy muchos coleccionistas importantes de arte contemporáneo tienen consultores y asesores y están demasiado ocupados para visitar galerías y estudios de artistas. Yo solía llevar a Joe Hirshhorn a visitar a artistas en aquella zona del bajo Manhattan que ahora llaman el “SoHo”. Le hablo de cuando los artistas vivían allí ilegalmente y éste era un distrito de fábricas y almacenes. Joe era un magnate de la minería hecho a si mismo y en 1966 yo tenía 21 años y él 66. Era un hombre bajo y corpulento que padecía del corazón. Un artista al que solíamos visitar era Charles Hinman que hacía maravillosos lienzos con formas y vivía en un loft con vigas de hierro al aire en el sexto piso de un edificio sin ascensor. Joe empezó a subir los escalones de dos en dos y yo temí que sufriera un ataque al corazón y se desplomara muerto. ¡No hubiera sido capaz de levantarlo!. Joe entró corriendo en el estudio, miró a su alrededor durante un par de minutos, escogió las tres mejores pinturas y comenzó a negociar el precio. Era tan agresivo como encantador. Joe era un experto regateador con un gran ojo y un entusiasmo infinito. Compraba para conservar, no para vender y era un maravilloso promotor de artistas entonces desconocidos. Pienso en él siempre que visito el Museo Hirshhorn en Washington D.C. que él fundó. La colección de Joe se convirtió en un museo, el SoHo en uno de los barrios más caros de Nueva York y Charles Hinman sigue pintando cuadros hermosos.

    En su libro cuenta que en 1968 tuvo un John Baldessari, Quality material, colgado en su despacho durante seis meses –valorado en 1.200 dólares- y que nadie pareció interesado en comprarlo; pero en mayo de 2007 se vendió en Christie’s por 4,4 millones de dólares. ¿Qué había cambiado?
    En aquellos 39 años cambiaron muchas cosas. Baldessari había creado un corpus de trabajo excepcional y se había forjado una sólida reputación. La gente comenzó a ver que sus tempranas pinturas «de palabras» eran fundamentalmente subversivas y proféticas. Además, el mundo del arte se había diversificado mucho. En los años 60 había categorías rígidas como Pop Art, Abstracción Lírica, la pintura Hard-Edge, el Arte Conceptual, etc. El trabajo de Baldessari desafiaba cualquier categorización. Ni coleccionistas ni artistas ni conservadores sabían donde «ponerlo». También hay que señalar que la mayoría del mundo del arte neoyorkino se consideraba a si mismo extremadamente «serio» y el sentido del humor de Baldessari era visto como una afrenta por algunos.

    Usted distingue entre el valor económico del arte de su valor humano o esencial. ¿Podría explicar la diferencia?
    Por ejemplo, mi vida es más valiosa (espero) que mi valor económico neto. Es posible que en un momento dado nadie quiera pagar por una obra de arte pero ¿significa eso que ésta no puede ser disfrutada o admirada o conmover a alguien? Cuando Van Gogh trabajaba en Arles había algunas personas absolutamente cautivadas por sus pinturas, entre ellas, su hermano Theo (que era marchante de arte) y el doctor Gachet que era coleccionista. El hecho de que no vendiera ninguna en vida no redujo el valor de su trabajo para aquellas personas.

    ¿Piensa que la ley de la oferta y la demanda es lo que determina, fundamentalmente, el valor del arte moderno?
    En el trabajo de los artistas muertos que han dejado de producir obra, el valor comercial lo determinan la oferta y la demanda. Las obras de Picasso, por ejemplo, se venden en áreas distintas del mercado (casas de subastas, galerías) en todo el mundo y a diario, y el precio que se paga depende de la oferta y la demanda. El valor económico de las obras de artistas vivos que aún siguen produciendo a veces viene determinado por la moda, el marketing y el peso de su marca. Sus precios pueden ser fijados y mantenidos por grupos relativamente pequeños de coleccionistas y comerciantes. En mi libro intento hacer una distinción nítida entre el precio (el valor «comercial») y otros dos tipos de valor, el artístico –social y el intrínseco (o «esencial»).

    ¿Es caro el arte contemporáneo?
    A finales del siglo XIX millonarios hechos a si mismos «con dinero joven» quisieron comprar arte viejo (Rembrandt, Holbein). A principios del siglo XXI, billonarios hechos a si mismos anhelan poseer arte nuevo (Jeff Koons, Damien Hirst). Las razones son varias: creen que se trata de una buena inversión; al poseer y prestar obras a exposiciones entran a formar parte de una élite internacional de gente rica con la que se codean en inauguraciones privadas y eventos exclusivos en importantes ferias de arte; por último, quizás también disfruten mirando la pieza. Algunos consumidores piensan que lo mejor suele ser muy caro. Si usted crea arte muy caro la gente pensará que es lo mejor. Hace poco el dueño de una galería me dijo que como no conseguía vender pinturas de un joven artista a 25.000 dólares decidió subir su precio a 100.000 dólares. ¡Y la gente empezó a prestarle atención!. Habiendo dicho esto, tengo que añadir que cierto arte contemporáneo es caro porque es bueno y su oferta es limitada (algunos artistas no producen mucho) y mucha gente lo desea por los motivos «correctos».

    ¿Es el arte una buena inversión, aunque sea caro?
    Si usted es lo bastante afortunado de poder apreciar y adquirir el trabajo de un artista desconocido que se hace famoso, obviamente ha hecho una buena inversión. Si adquiere una obra pagando su precio de mercado y luego debe venderla en tiempos de crisis entonces podría perder dinero. Mi consejo a un nuevo coleccionista es que no gaste mucho en una obra de arte de la que vaya a desprenderse más adelante –imagine lo que pagaría por una gran comida, salvo que le guste disfrutar de un festín diario. Si se cansa de la pieza o si sus nietos la venden y ganan dinero, entonces ha tenido suerte, pero ése no es un motivo para comprar. Si usted está gastando cantidades considerables debería dejarse aconsejar y no pagar más de su precio de mercado –aunque nadie pueda predecir qué valor comercial tendrá mañana. Así que asegúrese de que adquiere algo que querrá contemplar cada día. Por lo general, en la categoría de arte moderno desde 1945, el crecimiento medio porcentual es del 12% anual, una cifra que está bien, pero tampoco es genial.

    ¿Qué tipo de obras podrían considerarse ‘apuestas seguras’, incluso en época de crisis?
    Aquellas obras que poseen lo que yo llamo una «huella» histórica firme. Los trabajos de buena calidad de artistas consolidados incluidos en el canon histórico es poco probable que se deprecien por cambios sociales o culturales. Dentro de la categoría de las llamadas obras «de inversión asegurada» yo incluiría creaciones de los impresionistas (Cézanne, Monet), de clásicos contemporáneos (Warhol, Lichtenstein) y de artistas como Picasso, Dalí, Matisse, etc. Los trabajos de millones de dólares firmados por artistas que ahora están de moda son posiblemente más arriesgados desde una perspectiva de inversión.

    ¿Qué o quiénes están detrás del éxito de los artistas más cotizados hoy?
    Algunos de ellos tienen éxito porque su trabajo es genuinamente innovador y estimulante. Otros porque son llevados por agentes y expertos en relaciones públicas igual que las estrellas de cine. Hace años eran los críticos y los comisarios quienes establecían las reputaciones de los artistas pero hoy son los coleccionistas poderosos quienes influyen en unos y otros.

    ¿Qué papel desempeñan museos, casas de subastas, galerías y ferias en el ranking de los artistas más cotizados?
    No presto ninguna atención a los «rankings» porque no creo en el análisis estadístico del mercado de arte. Lo que las galerías venden no es información pública y lo que las casas de subastas venden es completamente arbitrario –un artista muy bueno puede no figurar en ninguna clasificación sencillamente porque no ha salido a subasta ningún gran trabajo suyo. Por eso no tienen ningún sentido. Estar «in» o «out» en las ferias de arte tiene más que ver con las modas que con la calidad. Los museos importan, pero sólo en una carrera de fondo, y más por las adquisiciones que por las exposiciones. La gente se fija en quienes gastan su dinero los grandes museos.

    ¿Debería cada país apoyar a sus artistas para que éstos accedan al mercado internacional?
    Sí, pero eso requiere poder económico. Hay una razón por la que los artistas contemporáneos chinos e indios han ganado peso en la arena internacional: sus países de origen producen tanto artistas como coleccionistas adinerados. La fama de ciertos artistas latinoamericanos parece a menudo vinculada al estado económico de su país. Pero el mercado internacional es voluble. En los años 60 y 70 Manolo Millares, Antonio Saura y otros artistas del grupo El Paso eran potentes internacionalmente y merecían serlo porque eran buenos. Ahora su obra se ve menos fuera de España. Sin embargo estoy convencido de que no será siempre así y volverán a captar la atención internacional otra vez.

    ¿Qué sucederá con las colecciones cuando éstas sean heredadas por segundas o terceras generaciones?. ¿Volverán a salir al mercado grandes obras impresionistas?
    En los Estados Unidos el impuesto de sucesiones es punitivo así que los hijos deben ser más ricos que sus propios padres si aspiran a heredar la colección de sus progenitores. De hecho, a menudo, los hijos tienen que vender obras para pagar impuestos. En el mercado hay pinturas impresionistas. En Acquavella somos muy activos en este campo. De todas las grandes obras impresionistas que he visto vender en privado y en subasta desde 1965 menos del 25% fueron a parar a museos lo que significa que la gran mayoría sigue en manos privadas y son candidatas a ser vendidas en el futuro. Incluso algunas de las que están en museos pueden volver al mercado, sobre todo obras que están en Japón donde muchos museos son propiedad de empresas y particulares.

    ¿Cómo ve el mapa mundial del arte?
    Desde mi punto de vista, Estados Unidos y Europa todavía dominan el mercado del arte internacional. América Latina, como le decía antes, fluctúa en importancia. En los años 70 había numerosos coleccionistas importantes en Venezuela, ahora muy pocos, pero hay muchos más en México, por ejemplo. Se está haciendo un arte contemporáneo interesante en África y hay artistas como El Anatsui que sobresalen, pero el coleccionismo aún es incipiente. China contribuye al mercado mundial tanto con artistas como con coleccionistas pero aún tiene un largo trecho por recorrer hasta alcanzar a Europa y América.

    ¿Qué efecto tiene sobre el mercado el hecho de que las grandes casas de subastas hayan abierto oficinas en Hong Kong?
    Mientras trabajaba en Christie’s yo fui una de las personas que contribuyeron a abrir la primera oficina de Christie’s en China continental, en Shanghai en 1991. En Taiwán, Hong Kong, Singapur y Indonesia hay grandes colecciones de arte occidental, sobre todo impresionista, moderno y contemporáneo, que se formaron hace más de treinta años. Ahora los chinos del continente comienzan a mostrar interés por el arte occidental. Las casas de subastas siguen al dinero, no forman necesariamente el gusto o los mercados, pues este papel corresponde a las galerías. La galería Acquavella lleva tres años participando en la feria de Hong Kong y me satisface decir que contamos con un grupo creciente de clientes de todos los países asiáticos que nos visitan cuando están en Nueva York. A veces los coleccionistas empiezan comprando en subasta y luego entran en el sistema de las galerías donde tienen mayores posibilidades de elección y un mejor control transaccional.

    Usted es también coleccionista, ¿qué podría contarnos de sus gustos particulares?
    Mi primera adquisición fue un dibujo de Roy Lichtenstein que compré por 250 dólares y que era una «explosión de colores». Lo vendí algunos años más tarde por 2.500 dólares. La razón por la que lamento haberlo vendido no es lo que valdría hoy, sino que era un dibujo precioso. ¡No he vuelto a vender nada que hubiera comprado para mí!. Mi esposa Victoria es bordadora de colchas y coleccionamos cosas de distintas áreas. Tenemos obras de Warhol, de Rosenquist y de artistas a quienes representé en los años 60 que se convirtieron en grandes amigos, como los británicos Bridget Riley, Allen Jones, Gerald Laing y Richard Smith, o los artistas americanos Stephen Mueller, Billy Sullivan y Ray Johnson. Tenemos una colección de fotografías con trabajos de Thomas Ruff, Simryn Gill, David Goldblatt, Chan Chao y Shirin Neshat entre otros, así como de artistas chinos que comencé a adquirir en los años 90, como Zhang Huan, Qiu Zhijie, Ah Xian, y Hong Lei. ¡Siento una conexión íntima con todas las piezas de nuestra colección y no querría separarme de ninguna!. Dos artistas cuyos trabajos he adquirido recientemente y considero muy poderosos son el escultor brasileño Iran do Espiritu Santo y el artista conceptual afincado en Singapur Heman Chong.

    Marga Perera
    Imágenes cortesía Zona MACO

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