Su afinidad con sus amigos artistas desde joven le llevó a enmarcar sus pinturas, y sus estudios de arquitectura, a una visión del espacio y del orden. A los 33 años abrió su tienda de marcos, Astrolabius, en la zona alta de Barcelona, una tienda por la que han pasado grandes artistas de la pintura catalana, como Joan Miró y Antoni Tàpies, y desde la que ha enmarcado obras para muchos artistas y museos y montajes de exposiciones. Ha dedicado 60 años de su vida a coleccionar obras de arte, unas 10.000 piezas, que comprenden desde una colección de fiambreras de Birmania de bambú trenzado y lacado de 1800, esculturas africanas, retablos medievales, cerámica y pintura contemporánea.
¿Cómo empezó su dedicación a los marcos?
No lo sé exactamente. Cuando acabé el bachillerato me fui a Zurich y estudié arquitectura sin llegar a diplomarme, y cuando volví, tenía muchos artistas pintores, entre ellos, Josep Guinovart, Jordi Alumà… en aquella época ninguno de nosotros tenía dinero y entonces monté un pequeño taller y compraba listones de madera y empecé a hacer marcos para los cuadros de mis amigos.
No tengo ninguna tradición familiar, mi padre era médico, pero sí que iba a ver exposiciones y museos… Conocí a Olga Sacharoff, hasta el punto que cuando estaba muriendo yo estuve a su lado; estaba casada con Otto Lloyd, que era sobrino de Oscar Wilde. Otto, además de ser fotógrafo, también pintaba [me enseña un cuadro suyo, de una vista sobre el Sena]; en una ocasión, Otto le dijo a Olga: “he cambiado una ventana de tu cuadro que no quedaba bien, ahora está mejor”, “ah, muchas gracias”, eso de pintar cosas el uno en el cuadro del otro se lo hacían a menudo; este cuadro que tengo de París hubiera podido haberlo pintado Olga porque tiene ese estilo algo puntillista… recuerdo una anécdota: tenía cucarachas en casa y Olga les ponía un platito con leche y pan y Otto las mataba, y a veces discutían cariñosamente por eso; Olga, que ya estaba enferma, decía “pobrecitas, qué sufrimiento”… hacían muy buena pareja.
¿Qué artistas han pasado por Astrolabius?
Muchos… Miró, Tàpies, Guinovart, Ràfols Casamada, Jordi Alumà, Aguilar Moré… y de la actualidad, Arranz-Bravo, Riera i Aragó, Lluís Lleó, Evru (Zush), a quien le enmarco muchas cosas.
¿Hace intercambios con sus amigos artistas?
Sí, algunas piezas provienen de intercambios y otras, de compra. Hago muchos montajes de exposiciones para artistas y casi siempre una parte me la pagan con obra. Por ejemplo, a Evru le enmarqué sus obras para una exposición reciente y la factura subía a 4.000 euros; me pagó la mitad y la otra mitad, en obra. Aquí tengo un cuadro muy curioso, de Ponç, y un día vino a mi casa, lo vio colgado y me dijo “¿qué hace esto aquí?, ¡si es de René Metras!”, le dije que se lo había comprado y me explicó que el personaje del cuadro, que está tocando una larga trompeta, es el propio René Metras, que está haciendo una pedorreta al mundo del arte, que lo ve muy oscuro, pero aún así se excita con él.
¿Cuántas piezas tiene en su colección?
Casi me da vergüenza decirlo… [dice sonriendo]… unas diez mil piezas, reunidas en unos sesenta años.
¿Y cuál es el futuro de su colección?
No lo sé todavía; mis hijos han heredado y económicamente están bien, quizás empezaré a vender algunas piezas porque no quisiera que lo vendieran por debajo de su valor.
Mientras hablamos, Ramón Córdoba me va enseñando su colección, visible hasta el último rincón de su casa: las paredes absolutamente llenas de cuadros, hasta la cocina, los baños…
Como ves, incluso en las puertas tengo cuadros colgados; es que me gusta tener todo a la vista… aquí, en la puerta de un baño, instalé esta vidriera de Pere Pruna , un desnudo femenino en un paisaje, muy adecuada para un baño, y en el interior, una pintura mural que me hizo Riera i Aragó.
En el sótano hay más piezas almacenadas…
En mi colección tengo pocos artistas extranjeros, solamente si los he conocido; aquí tengo piezas de Jordi Sábat, Jorge Castillo, de su época cuando estaba en Barcelona, que nos veíamos mucho. También tengo piezas antiguas, como este retablo medieval, que se lo compré a Josep Gudiol [historiador medievalista], que a una cierta edad empezó a vender obras de su colección, tenía obras de Goya, alguna de ellas muy importante, retablos antiguos…
Cuando tiene que enmarcar las obras de un artista, ¿quién decide los marcos?
Bueno, no quisiera ser pedante, pero en el 90% de los casos lo decido yo; normalmente el que sabe menos de enmarcar es el propio pintor. Por ejemplo, en los años 60, Tàpies lo quería todo en madera natural, y yo le convencí por teléfono [explica satisfecho] para hacer los marcos oscuros. Tengo un taller de 1.600 metros cuadrados; las obras entran en la tienda y yo hago el dibujo del marco, las medidas y todas las especificaciones, y lo paso al taller por fax, y el marco llega a la tienda. Las obras no salen de la tienda, salvo si son tan grandes que haya que montar el marco en el taller, y lo tengo todo asegurado globalmente por el valor de las piezas.
El escultor catalán Eudald Serra fue su suegro… vivió muchos años en Japón, ¿tuvo usted algún contacto con esta etapa japonesa?
No, mi contacto fue posterior. Cuando era joven, trabajé como dependiente en una empresa de decoradores y allí conocí a Isabel, la hija de Eudald Serra, que luego sería mi mujer. Ella había nacido en Kobe, pero volvió aquí cuando tenía cuatro años; Eudald Serra se casó con una japonesa y hablaba japonés con la misma naturalidad que el catalán, pero al llegar la guerra les dieron facilidades para marchar de Japón y volvieron a Barcelona en el año 44.
¿Tiene también piezas de Eudald Serra?
Tengo piezas suyas, pero todas compradas, no me regaló ninguna; también hicimos intercambios, le enmarqué piezas para su exposición en el Palau de la Virreina, en Barcelona, y me pagó con obra, y tengo algunas piezas de arte primitivo que también se las compré a él. Recuerdo una anécdota de una pieza suya que la compré en un trapero de Madrid, hace años; era una pieza que estaba por el suelo y la compré por 5.000 pesetas (30 euros), un día la vio en casa y me dijo que le gustaba mucho y me preguntó cuánto me había costado; le dije 50.000 pesetas (300 euros) porque me parecía humillante decirle que había pagado 30 euros, me la quería comprar, pero le dije que si tanto le gustaba se la regalaba, pero no la quiso. Estaba sin firmar y entonces me la firmó, eso sí que fue un buen regalo.
¿Es posible hoy encontrar oportunidades de este tipo?
Ahora ya no se encuentra nada bueno en los traperos, si se encuentra algo, es falso. A mí, continuamente me ofrecen cosas; pero no compro. Es muy complicado; la prueba del carbono 14 dice la época, pero no de quién es la mano. Por ejemplo, si yo vendo un Riera i Aragó, que es muy amigo mío, yo no tengo piezas falsas; si la familia Rahola, que tuvo mucha relación con Meifrèn cuando el artista estuvo en Cadaqués, te vende un Meifrèn, seguro que es bueno… el pedigrí de la pintura dice mucho más de la originalidad de la pieza. Gudiol me explicaba que había catalogado obras de Goya, Velázquez, El Greco… las pasó todas por C14 y estudiaba la pincelada, pero eso es otro mundo.
Hablemos de las tertulias, usted ha sido uno de los invitados de Pa i Tomàquet.
Sí, fui una vez, cuando el invitado de honor era Xavier Corberó, y otros invitados fueron Carmen Buqueras e Isidre Bohigas; Corberó dijo cosas espectaculares, como por ejemplo, cuando Carmen Buqueras le dijo que tenía que estar muy contento por los precios que tenía ahora la pintura, porque se había pagado tanto por una pieza de Damien Hirst, Corberó contestó que eso no es lo que vale la obra, sino lo que había pagado un subnormal… fue muy ingenioso. Son tertulias a las que es muy difícil ser invitado, normalmente solo se va una vez, hay personas de gran nombre, como Artur Mas, José Montilla…
Acaban de hacerle una entrevista en la revista Art & Antiques de Nueva York, ¿qué repercusión puede tener para usted tratándose de Nueva York?
He enmarcado bastantes cosas para Nueva York, especialmente cuando algún cliente compra alguna pieza aquí y se la lleva enmarcada. Al periodista que me entrevistó, Jonathan Kandell, le conocí hace muchos años cuando escribió un artículo sobre Barcelona; después, como todo el mundo, he ido bastantes veces a Nueva York. La repercusión más inmediata de la entrevista ha sido recibir varias cartas, entre ellas, la de una señora que me ha mandado la foto de un cuadro de Miró preguntándome si lo había enmarcado yo.
¿Hace fotos de las obras enmarcadas?
No, no las hago por respeto a los coleccionistas. Si yo sé que se prepara una exposición y que un coleccionista tiene piezas que podría prestar, le pregunto al coleccionista si puedo darles su contacto, pero eso es todo.
¿Qué criterios sigue para enmarcar una obra?
Miro cómo es la persona, qué gustos tiene, si la pared es grande o pequeña… con una buena pieza procuro que el marco nunca sea más importante que la pieza. Durante muchos años, incluso iba a la casa para ver el lugar donde iría el cuadro, pero pasaba más tiempo fuera que dentro y no podía ser. No me gusta un marco con María Luisa, las grandes obras van con el marco directo, y el passe-partout también es cuestionable; recuerdo que Català Roca decía que poner passe-partout era para hacer algo más grande, entonces por qué ponerlo a una fotografía si se podía ampliar.
Las obras insustituibles
“No me desprendería nunca del Miró [un óleo de tamaño medio pero precioso], que me regaló Dolors, la hija de Miró; era un proyecto para un mural de cerámica que tenía que hacer en Estados Unidos. Tampoco me desprendería de la pieza de Montserrat Gudiol, fuimos pareja cuando ya estábamos divorciados los dos, y me la regaló ella, ni de la escultura de Pere Pruna, una guitarra con un fauno en la boca, que es de cuando Pruna vivía en Barcelona, en la Plaza Real.”
Entre amigos
“Creo que ahora hay más ocasiones de encuentro –dice hablando de las tertulias-;con Frederic Amat nos vemos mucho, yo ahora le llamaría para preguntarle qué hace hoy y podríamos ir a cenar juntos… Antes era distinto, mi amigo íntimo de verdad era Català Roca, éramos de la peña de Ca l’Estevet [un restaurante puesto de moda por la “gauche divine” barcelonesa], hablo de cuando éramos solteros, de los años 60; al fondo, había una mesa alargada que ya teníamos reservada para nuestra peña, y nos reuníamos para cenar, éramos ocho o diez: Tàpies, Guinovart, Miró, Maspons, Colita, que empezó entonces a hacer fotos, Miserachs… el alma de todo era Català Roca, que le encantaba poner apodos a todo el mundo y era muy ingenioso; venía un pintor con nosotros, que no era muy bueno y se vestía como Rusiñol, incluso con el lazo, y Català Roca le llamaba Tintoretto; el pintor, muy satisfecho, pero luego supimos que la verdadera razón del apodo era que tenía el pelo blanco y se lo teñía. Otro de los habituales era un pintor que se llamaba Oliva y bebía mucho, un día dijo Català Roca: “hoy la oliva viene rellena”… [Ramón Córdoba se ríe francamente mientras recuerda estas anécdotas]. No decía estas cosas para fastidiar, sino como comentario gracioso. Realmente, las peñas y tertulias de antes han ido desapareciendo; yo como cada día fuera de casa y siempre con alguien, pero el concepto de tertulia, como las de La Puñalada o del Ateneu, han ido desapareciendo. Hacíamos unos encuentros en la Camisería Pons [tienda inaugurada en 1900 y reconocida recientemente por la revista alemana Wear como una de las 22 mejores tiendas del mundo], en los que Isabel Estrany nos ponía deberes, teníamos que leer una obra -una de las últimas fue El Perfume, que me gustó mucho- y cada dos meses nos reuníamos para comentarla. Pero ahora ya no lo hacemos.”
Marga Perera