“Creo que el arte es una herida en un baile con el amor”, dice Sean Scully (Dublín, 1945), una de las figuras emblemáticas de la abstracción contemporánea. El pintor irlandés crea con su pintura un vehículo espiritual con el que trascender la realidad. Con su estilo sereno y silencioso transporta al espectador a espacios donde los colores, como dijo Cézanne, surgen “de las raíces del mundo”. Conversamos con Scully en su regreso a Barcelona, donde vivió 14 años, para presentar en La Pedrera una antológica que sintetiza más de seis décadas de carrera abierta hasta el próximo 6 de julio. Comisariada por Javier Molins, la muestra ofrece un itinerario cronológico desde sus primeras obras figurativas, pasando por su etapa minimalista hasta llegar a la pintura abstracta que hoy le caracteriza, con su repertorio iconográfico de líneas, franjas y bloques de color. La espiritualidad que impregna su obra le llevó a crear un conjunto artístico único para la ermita Santa Cecilia de Montserrat y también una vidriera para la Catedral de Girona.
¿Cómo se siente frente a tantos años de recorrido por su obra? Es un placer. Así de sencillo. Creo que he hecho algunos cuadros buenos en mi vida. Veo la obra figurativa del principio, que fue muy interesante, y el cambio radical que se produjo cuando empecé con la abstracción en los Supergrids cuando aún era estudiante en Londres influido por un viaje a Marruecos que hice en 1968. En realidad, podría llenar, fácilmente, un espacio cinco veces más grande que este de La Pedrera.
¿Haciendo obras nuevas o porque tiene obra? No, nuevas, no; tengo una colección enorme porque no lo vendo todo, pues mi intención es guardar mucha obra para donarla al final de mi vida. Hace tiempo pensé donarla a Barcelona; me hubiera gustado para el Castillo de Montjuïc.
¿Cómo fue su encuentro con el minimalismo? Mi primer paso fue desde los Supergrids, que empecé a raíz de ese viaje a Marruecos que le comentaba, repitiendo elementos decorativos, como patrones, de alfombras y tejidos, unas pinturas que estuve haciendo durante cinco años. En 1972, gané una beca para Harvard. Fue un año fantástico. Yo tenía 26 años, edad en la que creo que nuestra belleza y capacidad intelectual alcanza su cénit. Yo continuaba entonces con los Supergrids, con mucho color. Luego volví a Londres durante dos años y en 1975 regresé a Estados Unidos otra vez, con otra beca, a Nueva York.
¿Qué le aportó Nueva York? Me sumergí en el mundo restrictivo y severo del minimalismo y el arte conceptual, con cuadros en negro y gris. Negro y gris, negro y gris, negro y gris… así, durante cinco años, con el objetivo de integrarme en Nueva York. Con una disciplina muy estricta. Hacia 1980 ya me sentía preparado para atacar al minimalismo. Quería enfrentarlo y vencerlo. Mi idea no era simplemente desafiarlo. Era ir más allá y acabar con él… [Marga Perera. Imagen: Sean Scully, Nueva York, 2009. Foto: Harry Wilks]