Juan Uslé (Santander, 1954) es una de las voces más sólidas y singulares de la pintura abstracta internacional. Al Premio Nacional de las Artes Plásticas que recibió en 2002 “por su actividad como pintor que ha sabido conciliar geometría y lirismo”, se sumó su participación en la Documenta 9 de Kassel (1992) y la 51ª Bienal de Venecia (2005), convirtiéndose en uno de los artistas más influyentes de su generación. Con motivo de su primera exposición en la galería Elvira González, el pintor, que vive a caballo entre Nueva York y la aldea de Saro (Cantabria), nos abre una fascinante puerta al interior del proceso creativo de su última serie, Ojos en la duda, y a su concepción del arte y la pintura. “Siento hoy la misma ilusión e inseguridad de mis comienzos”, nos confiesa.
¿Qué? Abrazar la duda es parte intrínseca del proceso creativo. Suelo ir anotando cosas, palabras, frases, aforismos, a ratos intermitentes mientras pinto. A veces en libretas que tengo cerca y otras, en las paredes del estudio, etc. Son las cosas que me pasan por la cabeza cuando observo lo que está ocurriendo y me siento mientras pinto, mientras miro crecer la pintura. Entonces escribo algo. Cuando el cuadro me dice ‘basta’ y la pintura se niega a obedecer, necesito apartarme de ella y olvidarla, entonces dejo que macere y sereno mis ánimos ojeando la libreta. Subrayo o señalo algunas palabras que considero hijas de la pintura y me aparto de ambas. Días después, cuando la pintura y mis ojos se hayan reconocido y aceptado buscaré de nuevo en la libreta.
El título Me gusta titular mis obras. Sé que un título no hace mejor una pintura, pero siento que le añade un sentido, una información, como si fuera una parte más, un cuarterón del círculo de la conversación. Lo hago con la esperanza de que ayude al espectador que la contempla, quizás a deshilar ideas, enredos o situaciones, aunque sustancialmente sean de orden plástico. Ojos en la duda es una invitación a entrar, a sentir y a pensar, a penetrar en la pintura desde la experiencia cuerpo a cuerpo y en la distancia, desde la mirada que piensa, cultivando la duda.
¿Cómo? Voy a comenzar un viaje. Soy consciente de que mis instrumentos, los alimentos y mi cuerpo se encuentran ya a bordo. Antes he preparado los colores, la densidad de la pintura, hice pruebas y he revisado bien la superficie helada de la cartografía, la partitura y la tela, la ruta imaginaria del viaje y he sentido mis fuerzas. No he pensado para nada en la posibilidad ni las consecuencias de un error, es parte del juego. He preparado las brochas, los pinceles, los papeles y las telas. Descanso y me aparecen de nuevo las imágenes, las secuencias, los ritmos; pero aun espero. He visto, soñado y presentido como será, pero sé que el tiempo y el proceso no pueden forzarse ni controlarse, porque atar, a veces, casi siempre, significa morir. Elijo los colores con luz tierna y clara, en la mañana, remuevo los pigmentos lentamente, los diluyo o hago más densos. Las pruebas en papel me ayudan a elegir y, ya juzgados, los dejo reposar, a aguardar la oscura tarde. ¡Espero los latidos!.
¿Por qué? El espacio. La búsqueda del vacío y ¿qué pintamos nosotros aquí? La intención es aprender, desnudos, navegar sin necesidad de aplicar conocimientos. El espacio nos conduce a la nada, al vacío y, esa noción es aún indefinida, incompleta. Viajamos, pintamos, conocemos, indagamos y nos acercamos a las cosas, al sentido que quizás las de forma y las explique. Pero no es suficiente. El espacio es un concepto universal y también mi mapa, mi preocupación mayor y quizás mi sentido. Me muevo en el espacio y lo busco, lo divido, tratando de entender lo que es inabarcable. “Un lugar en el mundo” se diría, o, quizás “de qué lugar y de qué mundo hablamos”. Pero somos y tratamos, de hacer, materializar y, quizás también de dar forma a los pensamientos y al discurso, al discurrir del tiempo, ese amigo envenenado y cómplice del espacio al que contamina y cambia de forma y de sentido. Todos aspiramos al vacío, a ese espacio mayor, consciente, que lo inunda y atraviesa todo, incluso las partículas más minúsculas de materia. Algunos lo llaman Nada, otros Universo. Las palabras solo nos aproximan a las cosas, pero solo las vivencias nos hacen parte de ellas. Durante años retuve en Nueva York una obra titulada Palabras vacías.
¿Cuándo? Siempre, desde muy pequeño, soñé con ser pintor pero me parecía algo lejano, quizás porque estaba influido por voces adultas. Lo veía innecesario, inútil, inservible…, pero quería serlo, lo necesitaba. Hoy me debo a lo que necesito y necesito pintar. Soy lo que hago y, en el proceso de hacer olvido. Navego, pinto y, ¿quizás me busco? sin forzar ni abrazar la prisa. Me espero. Con los años he entendido que las urgencias no son buenas compañeras de viaje. En este viaje lento de la pintura. Me siento muy joven, con hambre y ganas de aprender. No estoy conforme ni cansado, aprendí cosas respecto al método, a cómo dosificar y regular la energía, pero siento el fuego dentro, ése que me inquieta e impulsa, y a veces me descoloca, mueve y distorsiona, el hambre de entendimiento. [Vanessa García-Osuna. Foto: Sofía Moro]