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    La callada voz de Susana Solano

    Susana Solano (Barcelona, 1946) es una figura clave de la historia reciente de la escultura española e internacional. Formada en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, donde también fue profesora, se inició como pintora y su primera exposición, ya como escultora, fue en 1980 en la Fundació Joan Miró, una muestra que marcó el inicio de una brillante carrera, que se fue consolidando con presentaciones internacionales en el San Francisco Museum of Modern Art en 1991 o la Whitechapel Art Gallery de Londres en 1993, además de participar en la Bienal de São Paulo en 1987, en la Documenta de Kassel (1987 y 1992) y en la Bienal de Venecia (1988 y 1993). Premio Nacional de las Artes Plásticas en 1988, es una de nuestras artistas más galardonadas. El Espais Volart de la Fundació Vila Casas de Barcelona Vila Casas acoge su primera retrospectiva después de la celebrada en el MACBA hace 25 años. Anónimos reúne principalmente esculturas de gran formato, así como fotografías y obras sobre papel. Su comisario, Enrique Juncosa, explicó que en esta muestra “quería mostrar obras muy conocidas y también otras menos que explicasen bien su trayectoria, por los distintos materiales y formatos. Algunas son un redescubrimiento, incluso para la propia artista, porque hacía mucho tiempo que estaban guardadas. La suya es una obra dura, pero también muy emocional; que habla mucho de la vida en la ciudad. Susana Solano pertenece a una generación que pensaba que la escultura no era una cosa pura sino que incluía la memoria, las emociones y los sentimientos”. Esta generación seguía la estela de la ruptura con la representación del mundo objetivo, con la ruptura de lo que consideramos realidad según nuestra mirada al mundo exterior, rompiendo también con la necesidad secular de representar motivos reconocibles para simbolizar alegorías y conceptos abstractos. Así, que fueron herederos de una escultura que había ido expandiendo su campo hasta que en los años 50 Barnett Newman declaró “la escultura es aquello con lo que tropiezas cuando retrocedes para mirar un cuadro”. Quedaba claro que la escultura entraba en un terreno difícil de definir y de delimitar; se convertía en un ente autónomo, no necesitaba pedestal, podía crecer a lo largo, a lo ancho, a lo alto y en lo profundo. Esta definición de Newman se fue ampliando en los 60 y Robert Morris apuntó “la escultura es aquello que está en el paisaje que no es el paisaje, o que está en la sala pero no es la sala”.

    La exposición arranca con una obra de escayola, Pedrís II, 1985, que forma parte de la colección del MACBA. “En aquel momento, trabajaba básicamente con madera, y con escayola. Antes de pasar del bronce al hierro, hacía unas láminas en escayola y luego las pasaba a bronce y construía las piezas con planchas, con la soldadura vista; no eran fundidas de una sola pieza sino construidas. Era una cuestión económica porque fundir un volumen es mucho más caro que fundir un plano. Entonces surgió la pregunta: si lo que hago es construir y soldar ‘¿por qué no utilizo directamente un material que me lo permita?’. Y así fue como empecé con el hierro, este fue el punto de partida. Pero además he trabajado con muchos otros materiales, como textiles y fotografía, aunque lo dominante es el hierro. Por otra parte, cuando daba clases en Bellas Artes, trabajando en bronce, para las clases de procedimientos, quise empezar a usar el hierro, un material que tiene muchas cualidades; no es nada cálido, es muy distante, pero quizás por esto me gusta. Es un material que no tiene memoria. Cuando estuvo Anthony Caro impartiendo un taller en Barcelona se hicieron muchas esculturas con hierro y materiales reciclados”. Para ella, sus esculturas son como procesos vinculados a algo muy íntimo, como las emociones y los sentimientos, por eso se entiende que diga: “yo soy contraria a explicar mis obras, porque la mirada sobre una misma pieza puede cambiar con el paso del tiempo, incluso para el propio artista, igual que evoluciona la lectura de un libro”…. [Marga Perera. Foto: A. Kosorukov. Espais Volart, Barcelona. Hasta el 14 de julio]

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