Cuando los hippies lo descubrieron, quedaron tan fascinados, que su obra empezó a formar parte de la cultura popular, así que no fue hasta los años 60, cuando ya era sexagenario, que el enigmático artista gráfico holandés Maurits Cornelis Escher (1898-1972) fue realmente reconocido. La exposición más ambiciosa dedicada a su figura, que ha viajado por varias ciudades del mundo, recala ahora en Barcelona, concretamente en la Sala Gran de las Drassanes del Museu Marítim, donde la obra del maestro de las ilusiones ópticas, de las «construcciones imposibles» y de las metamorfosis podrá visitarse hasta el 26 de septiembre. En la muestra puede seguirse su trayectoria desde sus inicios, cuando era principalmente paisajista y el impresionante giro que dio su obra tras visitar la Alhambra de Granada. Esta retrospectiva se argumenta con más de 200 piezas procedentes de la colección del ingeniero italiano Federico Giudiceandrea, la más importante en manos privadas de Europa dedicada al artista neerlandés venerado por los matemáticos que definía su trabajo como “un juego, pero un juego muy serio”. [Marga Perera. Foto: Maria Dias]
¿Cuál fue su primer contacto con el arte? Cuando estudiaba en el instituto cayó en mis manos una revista científica americana que tenía una sección que se llamaba “Juegos matemáticos” dirigida por el matemático Martin Gardner; fue allí donde, por primera vez, leí un artículo sobre Escher y seguí comprando esta revista porque me interesaba mucho su enfoque pues no solamente hablaba de Escher sino de cosas divertidas de las matemáticas. Luego descubrí una obra suya en la carátula del disco de un cantante pop; esto me sorprendió porque no sabía de ningún artista que fuera valorado por grupos de personas tan diversas: desde los hippies, que llevaban camisetas y tenían posters psicodélicos con obras suyas, hasta los matemáticos. Estaba tan fascinado, que mi hermano, que estaba en Viena, me trajo el primer libro que Escher publicó de sí mismo; era entre 1973-1974, y después, en 1978, vi la primera muestra en Florencia; yo solo conocía sus obras famosas, como Belvedere, Cascada… y allí descubrí que Escher había estado en Italia. De repente, vi un grabado de un lugar que identifiqué de inmediato porque era Calabrese, el pueblo natal de mi padre y unos metros más adelante vi otro pueblo, también de Calabria, donde había nacido mi madre. Escher hizo trece obras en Calabria y, curiosamente, eran los pueblos de mis padres. Esto fue como una señal del destino [dice sonriendo]. Espoleó aún más mi interés y empecé a recopilar posters con los que empapelé mi habitación; luego, cuando acabé mi carrera de ingeniero y fundé mi propia empresa, empecé a comprar obras originales.
Siendo ingeniero, debió sentir una gran atracción por el mundo matemático de Escher Sí, sentía que era un artista muy próximo a la ciencia y además descubrí que amaba Italia, que amaba Calabria, la tierra de mis padres, así que empecé a coleccionarlo con entusiasmo. También hay que decir que en aquellos años, en Italia, era fácil comprar sus primeras obras italianas porque no las cono- cía nadie. Escher sólo era conocido por las piezas más emblemáticas. En Holanda recorriendo librerías de viejo, encontré obras suyas que costaban muy poco dinero, apenas 50 florines, que eran el equivalente a 25 euros…
¿Pudo conocer personalmente a Escher? Desafortunadamente no porque él falleció en 1972 y yo le descubrí por esa época. Pero he conocido a personas que le trataron, incluso muy próximas a él, y a través de ellos he podido saber muchas cosas sobre él.
¿Qué relación tiene usted con las instituciones relacionadas con Escher? Colaboro con la Fundación Escher y también con The M.C. Escher Company, con cuyo director, Mark Veldhuysen, hemos comisariado esta exposición en Barcelona.
En 1968, el propio Escher creó su Fundación en Holanda, ¿cuál fue su propósito? Fue para protegerse de los hippies [dice sonriendo]. Cuando los hippies empezaron a interesarse por su obra, en América se hicieron camisetas y posters con imágenes suyas y bellísimos lemas.
¿Cómo llegó la obra de Escher a los hippies? En 1954, se organizó un simposio internacional de matemáticas en Ámsterdam, donde en aquel momento se celebraba una exposición sobre Escher, lo que permitió a los matemáticos conocer su obra. Esto su- puso un cambio en la valoración de Escher porque en este congreso había personalidades tan relevantes como Roger Penrose, que precisamente en 2020 recibió el Nobel de Física. Penrose enseñó a Escher cómo hacer “construcciones imposibles”, y sus colegas matemáticos quedaron tan fascinados que empezaron a comprar obras suyas, a ilustrar sus libros científicos con imágenes de Escher y a colgarlas en las universidades donde daban clases. Es muy probable que fuera así como sus obras llegaron al campus de la Universidad de California y fueron descubiertas por el naciente movimiento hippie. Y así, sus camisetas, posters y discos contribuyeron a la difusión de su arte.
¿Colecciona también esas camisetas de los hippies? ¡Claro! No colecciono solamente obra artística, sino también Eschermanía, es decir, todo tipo de objetos inspirados en él, vestidos, carteles antiguos… Los hippies hacían los posters cambiando los colores originales de las obras por otros fluorescentes, los colgaban en una habitación oscura iluminándolos con focos para lograr un efecto psicodélico y tomaban LSD mientras miraban el poster. Un amigo de Escher, que estaba al tanto del mundo americano, Kurt Servos, le escribía cartas desde América y le informaba de qué hacían los hippies. Al principio, Escher, que preguntaba incluso qué era exactamente una camiseta, sentía curiosidad por estos jóvenes que se paseaban con sus obras sobre el pecho, pero más adelante le molestaba que las utilizaran de esa manera. Los hippies y los matemáticos tenían una cosa en común: que perdían el sentido [dice sonriendo].
¿Por qué a Escher no le gustaba poner color en su obra? Porque era un artista gráfico y tenía que hacer una plancha para cada color y esto dificultaba más el trabajo. Sí que hizo algunas obras con color y era muy bueno, pero en el caso de los hippies le fastidiaba que le cambiaran su color original. A ningún artista le gusta que alteren su obra. Por eso creó la Fundación. Además, los hippies no pagaban ningún derecho de autor; el único que pidió autorización fue Mick Jagger, de los Rolling Stones, para la cubierta de un LP, en 1969, pero Escher no se la dio.
A partir de la información que usted tiene, ¿cómo era Escher? Era una persona rigurosa, meticulosa… lo escribía todo, lo anotaba todo, con una exactitud casi excesiva; era una persona muy sencilla y racional.
¿Es cierto que su mujer le dejó porque estaba cansada de tanto blanco y negro? Sí, su mujer le dejó por el blanco y negro pero también porque Escher se encerraba en su habitación cuando trabajaba y no hablaba con nadie; ella, absolutamente decepcionada, se escapó de casa y marchó a Suiza. Era a finales de los años 60, en ese momento Escher ingresó en una residencia, donde murió unos años más tarde, en 1972.
Un crucero por el Mediterráneo recalando en Granada marcó un punto de inflexión en su obra Sí, Escher hizo un crucero en el barco Rossini, y sabemos que estuvo en Barcelona y Granada. Tenía un diario, donde lo escribía todo, un librito en el que cada página corresponde a una semana y se conserva en el Museo de La Haya.
¿Y durante ese crucero, cómo fue la influencia de Granada? Bueno, fue como la caída de San Pablo camino de Damasco. Fue una auténtica iluminación. Su arte cambió absolutamente porque hasta entonces solo había hecho paisaje. Desde 1936 pasó años estudiando las teselaciones y desarrollando su propia teoría; escribió cuadernos enteros catalogando el sistema de las diversas teselaciones. Es un trabajo matemático muy enjundioso; después de hacer teselaciones solamente geométricas influenciadas por los mosaicos de la Alhambra, siguió con las Metamorfosis iniciando teselaciones con animales, metamorfoseando pájaros y peces, que se van transformando los unos en los otros, y eso constituye todo un ciclo. Para hacer estas obras, trabajó en su cuaderno con acuarela, con 130 teselaciones de pájaros y peces; es una obra más bien surrealista, no naturalista.
¿Es fácil encontrar obras de Escher en el mercado? Sí, sí, se ofrecen habitualmente en Sotheby’s y Christie’s pues muchas de las obras se encuentran en América y siempre hay colecciones que se dispersan en subasta. Es un mercado activo y siempre al alza y es interesante que una obra de Escher nunca queda desierta, siempre se vende. Los precios van en ascenso; una obra sencilla puede costar 20.000 euros y 60.000 euros las más importantes.
Usted empezó comprando obras por 25 euros, así que su colección ha debido revalorizarse mucho He tenido mucha suerte, pero no he comprado por interés económico, como inversión, sino por pasión. Hay varios tipos de coleccionistas y, a diferencia de la mayoría, yo me he centrado en un único artista. Escher hizo 400 obras, contando las que creó también en la escuela, y mi sueño sería poseerlas todas, pero eso es una quimera [dice sonriendo]. En el mercado pueden encontrarse unas 250 obras, y yo tengo 160.
¿Qué tipo de objetos tiene en su colección? La obra de Escher propiamente, que es obra gráfica, y además, libros ilustrados por Escher, vestidos con estampados de Escher de Chanel, de Jil Sander y de muchas otras firmas, posters publicitarios inspirados en él, objetos diversos, como vasos, toallas…
¿Podría contarnos alguna anécdota en torno a Escher? ¡Hay tantas! Por ejemplo, los hippies pensaban que Escher se drogaba porque les parecía que la suya era una obra imposible de crear en un estado lúcido. En una de sus piezas, Balcón, hay una planta que según los hippies era marihuana, pero, aunque pueda asemejarse al cannabis por la deformación de la perspectiva, sabemos por su amigo Bruno Ernst que Escher no tenía esta intención. En otra de sus obras, Reptiles, hay una cajita de papel de liar cigarrillos convencionales de la marca francesa Job, que era la misma que utilizaban los hippies para sus porros y por ello estaban convencidos de que también se drogaba, pero Escher ni siquiera bebía vino, ¡era abstemio!. Por otra parte, una señora pensaba que la misma obra, dado que pertenece a un ciclo y que ella identificó la marca de papel de cigarrillos con el libro Job de la Biblia, era una interpretación de la Biblia sobre la reencarnación. Llamó a Escher para preguntárselo y le dijo: «señora, si es como usted lo ve es que es así». Y cuando le preguntaron a Escher sobre todas estas interpretaciones, dijo que él no pensaba ni en la droga ni en la reencarnación y le parecía curioso que los demás lo pensaran; su obra no tenía ninguna finalidad, simplemente le gustaba crear imágenes y cosas extrañas sin ningún tipo de significado oculto.
También intrigó a los científicos Así es, por ejemplo, un ilustre matemático canadiense, Donald Coxeter, considerado el padre de la geometría moderna, le envió un dibujo, El plano cóncavo, que representaba una concatenación de círculos. Cuando Escher lo vio, le preguntó cómo había hecho para construir los triángulos dentro de los círculos, pero Coxeter, como todos los matemáticos, no quiso revelarle el secreto. Escher, bastante enojado porque éste no había querido explicarle cómo lo había hecho, hizo un nuevo dibujo para el matemático, también con círculos y triángulos, que sorprendió tanto a Coxeter, que le preguntó cómo había conseguido hacerlo, y Escher tampoco se lo quiso contar.
¿Cuánto tiempo invertía Escher en hacer una de sus obras? Mucho tiempo, ¡incluso meses! Era un trabajo complejo porque la talla de la madera es muy delicada; si se corta demasiado se estropea todo y requiere una gran precisión. Primero preparaba el dibujo y después iba realizando las incisiones sobre la madera despacio; es una técnica que no permite el más mínimo error.
¿Por qué se inclinó por la xilografía? Esto es interesante porque él aprendió esta técnica en la escuela de artes gráficas y estaba convencido de que una obra de arte tenía que poder ser reproducida. No firmaba los dibujos porque no los consideraba obra; para él, solo contaban los grabados que era lo único que firmaba.
¿Por qué eligió Italia para vivir? Como todos los artistas del norte de buena familia, era frecuente que una vez terminada la escuela, los padres los llevaran a hacer un viaje por Italia. Su progenitor era ingeniero hidráulico, por lo que era de familia acomodada, así que en 1920 hizo su primer viaje a Italia, pero no le gustó particularmente. Sin embargo, un par de años después fue solo con un amigo al sur del país y allí descubrió la costa amalfitana y quedó cautivado por el paisaje y por Italia. Allí conoció a la que sería su mujer, hija de un rico industrial suizo, y decidieron establecerse ahí. Se fueron a vivir a Roma, hasta que el régimen de Mussolini se endureció y regresaron a Holanda.