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    Lita Cabellut, fuerza en estado puro

    Cada día debería tener cuarenta y ocho horas para esta mujer. Lita Cabellut (Sariñena, Huesca, 1961) posee una fuerza arrolladora. Es la artista española viva más cotizada del mundo. Habla con los ojos, profundos y vivísimos, y se ayuda de las manos, del cuerpo entero, también de su melena revuelta. Nació dos veces, la segunda en el Museo del Prado. A Goya le llama maestro y a Chaplin, genio. Por primera vez expone en Madrid, en Opera Gallery hasta el 8 de junio, un espacio en el que se codea con Manolo Valdés, Saura, Tàpies y Botero. Hablamos junto a dos mesas históricas de Yves Klein. Una de ellas, azul. Y la otra como un tesoro llena de oro.

    La niña en la mirada, formada por 13 pinturas, es su exposición más colorista Lo es. El planteamiento en esta ocasión no son el personaje y su alma, su carácter, sus circunstancias. Aquí está en comunión con la naturaleza, con el fruto de la Tierra, en este caso, las flores. “Si cerraras los ojos, ¿qué verías?”, me preguntaban tiempo atrás sobre estos cuadros. Y respondí que vería un campo silvestre y sentiría el amanecer de un sol suave, mucha luz, que no hay nubes. Yo creo que es el resumen de lo que son estas obras que representan la Fiesta de las Mayas, que no es más que la llegada de la primavera. Es un saludo al futuro y a la belleza.

    Trabajar con niños no es tarea baladí. Estoy segura, sin embargo, de que les ha fascinado Han disfrutado, lo he visto en sus gestos y lo he sentido en sus miradas. Los he vestido yo con collares, mantillas, les he tirado la pintura encima, los he pintado en la cara. Una vez que llegan al estudio comienza el proceso de transformación. Estos modelos los elegí teniendo en cuenta que había que marcharse con la imaginación a un campo verde, lleno de flores, que había que vestirse de primavera. Era necesario que los padres no estuvieran delante para poder crear ese mundo de magia en el que los críos van entrando y disfrutando al mismo tiempo sin nadie que les marque. En el fondo, lo que hago son pequeñas obras de teatro.

    Volver al niño que hemos sido o que seguimos llevando dentro Es encontrarte al niño a través de la mirada. ¿Que nos emociona cuando somos críos? Yo creo que más que un juguete o un parque de atracciones es poder correr, estar en contacto con la naturaleza. Buscar saltamontes, lagartos o ranas, salpicarse en los ríos, mancharse, pincharse con una planta. Ellos se duelen, pero no le dan mayor importancia porque se hacen uno con la naturaleza. Pero cuando se caen en el asfalto sienten el trauma directo de lo que les ha pasado. Y todas estas pequeñas reflexiones mías sobre el efecto que tiene la naturaleza sobre los niños es lo que he querido transmitir en esta serie. La naturaleza les da seguridad, fortaleza, reconocimiento, igualdad. ¿Por qué los niños ya no se pueden ensuciar? ¿Por qué no pueden correr? Y así, ¿cómo nos vamos a hacer resistentes a los fracasos de la vida?. Vamos a tener que vender más antidepresivos porque no vamos a poder sentirnos mal ni vamos a saber recuperarnos de una caída, nos aterra caernos. La naturaleza se parece a la infancia, tiene bastantes puntos en común. Para empezar, las flores. Una amapola, por ejemplo. Con ese brillo, parece toda poderosa, imponente, pero si no la tratas con cuidado se derrumba. La infancia es muy frágil: brilla y es poderosa mientras no la maltrates.

    Funciona como una bocanada de aire fresco hasta que llegue Goya en el mes de octubre a la Real Academia de Bellas Artes de Madrid. Entonces se medirá con su maestro en una exposición muy oscura La niña en la mirada me ha salvado la vida para poder continuar trabajando con Goya y con el tema de los Desastres. Y hablo de violencia en todas sus manifestaciones: violación, maltrato doméstico, matrimonios obligados, la crudeza de la ignorancia, que tiene voz propia. Goya en los Disparates ha desplegado todo el abanico de lo peor de lo que somos capaces los seres humanos. Nos ha retratado como personas incapacitadas para construir una sociedad mínimamente organizada y normal. Y estamos hablando de obras, las suyas, con más de doscientos años y que hoy conservan su vigencia intacta. ¿Qué hemos avanzado entonces? Nada. Los Disparates son idénticos, no hemos cambiado. Mientras pintaba una violación sentía crujir los dientes, me encogía las arterias, pero sabía que lo tenía que hacer y darle un volumen considerable. Ese cuadro del que te hablo mide 2,50 por 2 metros. No va a pasar desapercibido, no hacen falta gafas para toparse con él. Que nadie diga que no lo ha visto. Representa a un hombre que carga como un saco a una mujer apaleada, con la mandíbula desencajada, rota, y que aún reta y advierte con un dedo que señala a los que tiene enfrente: “Esto es lo que pasa cuando desobedeces”… [Gema Pajares. Foto: Alfredo Arias]

     

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