Luis Feito (Madrid, 1929) presenta su obra reciente en la galería Ignacio de Lassaletta de Barcelona, una obra sincera que transmite lo que siente, piensa y vive, una expresión plástica que da luz a su sentimiento espiritual con el objetivo de transmitir y producir valores y emociones. Becado en París en 1952, la influencia del automatismo, lo matérico y lo gestual triunfó sobre su inicial experiencia cubista. En 1957 fundó El Paso, junto a Saura, Millares, Chirino, Viola, Canogar, Francés, Rivera y Serrano, un grupo informalista que aportó aire fresco a la España de entonces. La abstracción de Feito, de luminosos blancos entre potentes negros, dio lugar a los fulgores ígneos en rojo y negro de los años 60; a finales de los 80, empezó a introducir contundentes líneas negras sobre el campo de color, uniendo lo informe con lo geométrico y ordenado. Entre sus proyectos y deseos, el Museo Feito, en su querido Valle del Lozoya. Marga Perera
¿Qué es lo más importante que recuerda de El Paso? Lo que queda en el recuerdo de aquellos tiempos es el compañerismo, el trabajo de gestación con las propuestas de uno y de otro, y lo que queríamos hacer. Y aunque haya pasado tanto tiempo, la amistad ha sido muy importante para nosotros.
Con la perspectiva de todos los años que han pasado, ¿qué cree que es lo más importante de El Paso? Lo más importante en aquella época fue que abrimos puertas que ventilaron el clima artístico español, y el aire fresco que entró en la sociedad fue cogido por otros que luego desarrollaron su camino. Creo que sin El Paso muchos artistas no habrían hecho lo que hicieron después.
¿Cree que después del gran impacto que tuvo El Paso, los artistas que lo formaron han tenido que esforzarse más? Esforzarse más, no, porque eso no era una carrera. Cada uno tenía su línea de trabajo y la siguió después. Más, no, porque el artista siempre se esfuerza, no nos esforzamos más que durante El Paso. El impacto de El Paso nosotros no lo vivimos, ha venido después, la gente no se dio cuenta entonces. Nosotros lanzamos eso, se fue por el mundo, se desarrolló, y las consecuencias las vimos después. Entonces nos trataron muy mal… y los críticos -excepto dos o tres- nos pusieron verdes.
Antes uno de sus retos como artista fue la lucha por la libertad, ¿cuál es el reto en época de democracia? El reto entonces fue mover una sociedad que estaba totalmente anquilosada. Ahora, que todo está abierto, el reto es ser pintor. Actualmente, hay un mercado abierto por una serie de individuos que dicen que son artistas y en realidad no lo son, y otros que escriben sin saber. El reto hoy para los artistas jóvenes es hacer pintura en un ambiente dominado por el dinero y la fama, y demostrar que la pintura es un hecho que puede existir. Hoy hay un clima aberrante que se ha hecho con el soit disant arte, y el gran reto para los jóvenes es quedarse al margen e intentar ser artista a través de todas las tentaciones de la sociedad.
Algunas de sus obras tienen el resplandor del fuego, ¿qué es para usted la luz? La luz es algo fundamental en la vida del individuo y también para las plantas y todo ser viviente, nos alimenta, sin ella no podemos vivir, y esto se refleja en mi pintura porque es fundamental en la vida.
Sus característicos colores rojo y negro sugerían una luz barroca; en esta exposición de ahora hay también color violeta, ¿es un indicio de misticismo? No puedo decir si es un inicio porque no sé por dónde voy a ir en el futuro ni qué voy a hacer. Si supiera qué es ya no lo haría… en mi pintura siempre ha habido una vena de misticismo, siempre ha sido muy importante el misticismo en mi vida; para cualquier persona que quiera hacer algo elevado, el misticismo es fundamental.
En alguna ocasión ha dicho usted que de joven sintió una vocación religiosa, ¿la canalizó a través del arte? No, aquello se acabó. No puedo decir que fui al arte por eso, fui a la pintura porque creí que era lo que quería hacer, pero no creo que fuera por aquella vocación.
Dice usted que se siente muy próximo al budismo, ¿cómo expresa la dimensión de espiritualidad en su obra? No es que yo sea budista; como decía el Dalai Lama, nosotros, los occidentales, no somos budistas, sólo tenemos que observar, sentir, y nada más, y en ese sentimiento estoy. La dimensión espiritual es importante en mi obra por la influencia del arte oriental; yo no lo busco en mi obra, pero es lógico que salga y que haya en mi pintura una dimensión espiritual. Si no existe eso, la obra no existiría.
¿Cómo ve usted la espiritualidad en el mundo contemporáneo? No sé si catastrófica… hay una gran necesidad de espiritualidad en el mundo contemporáneo por la quiebra de los sistemas políticos y religiosos. La gente tiene necesidad de tener religión o espiritualidad donde agarrarse, por ello surgen sectas por todos los países y la gente cree en ellas. Al haber una quiebra de valores en los que creíamos, la gente se agarra a lo que puede, porque tiene que encontrar una dimensión en la que desarrollarse y vivir.
¿Cuándo empezó su interés por lo oriental?, ¿cómo ha influido en su obra? Mi interés por lo oriental empezó en los años 60. Estando en París empecé a conocer la cultura china y el budismo zen. Había artistas que trabajaban en esa línea y siempre me ha interesado, lo he hecho de manera inconsciente. Si tengo intereses en mi vida tienen que salir en mi obra, porque pintamos y creamos lo que vivimos y creemos. Eso tiene que salir; cómo sale no lo sé, sale y es así. Todo lo que vivimos influye en la obra.
Las bandas negras de sus pinturas y las pinturas sobre papel con gestos “caligráficos”, ¿tienen relación con lo oriental? Las bandas negras tienen muchísima relación con lo oriental. En la medida en que el arte oriental me interesa mucho, tiene una relación muy importante. Por eso hay cuadros que pueden emparentarse con una cierta caligrafía oriental. Para los orientales, la caligrafía se basa en palabras y frases; en mi caso, es el gesto puro, no tengo el punto de partida de poder coger una palabra, yo parto de las formas, del espacio y de lo que siento.
¿Qué le une al Valle del Lozoya? Me une mucho, allí tuve una infancia extraordinaria. Oteruelo del Valle es el pueblo de la familia de mi madre y desde niño he pasado largas temporadas allí; esa infancia deja huellas que no se olvidan nunca y tengo un gran afecto por todo lo que concierne al valle. De adulto he ido mucho y he revivido todos esos recuerdos.