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    Masson, regreso a Ceret

    El Musée d’Art Moderne de Ceret celebra el centenario de la llegada de André Masson (1896-1987) a este bello pueblo del Pirineo que Manolo, Picasso, Gris y muchos otros artistas habían convertido en un oasis creativo.
    La exposición André Masson, una mitología del ser y de la naturaleza, considerada de interés nacional por el Ministerio de Cultura francés y comisariada por Nathalie Gallissot, directora del museo, y Jean Michel Bouhours, ex-Conservador jefe del Centro Pompidou de París, es para la directora, muy importante para el museo porque Masson es uno de los grandes artistas del siglo XX que vinieron a Ceret, y si no se le conoce tanto como merece es porque fue un artista muy independiente, aunque durante una etapa de su vida estuvo vinculado al surrealismo de André Breton. El surrealismo fue un movimiento que nació del horror de la Primera Guerra Mundial, buscando respuestas a la conducta humana y su abominable violencia, y esa búsqueda acompañó a Masson durante toda su vida, más aún porque él fue seriamente herido en la contienda, y trató de conocer la naturaleza del hombre y sus raíces violentas. Esta fue una constante en toda su obra. Llegó a Ceret en 1919, terminada la guerra. Artista culto, como todos los surrealistas, Masson se nutría de la literatura, la filosofía, la mitología, la música… La exposición se centra en los lugares en los que vivió. “Lo que me llevó a interesarme por la personalidad de Masson –explica Gallissot– son las pinturas que pintó en Ceret, con influencia de Cézanne, que nadie diría que son de un joven de 23 años, que sale de la guerra gravemente herido. Estuvo en Ceret solamente un año, pero fue para él una etapa fundamental porque fue como un retorno a la vida: pudo ser pintor y fue aquí donde encontró a su primera mujer”. Después volvió a París y contactó con los surrealistas y en 1934, dejó París por el auge de la extrema derecha y se instaló en Cataluña, en Tossa de Mar, que, igual que Ceret, era un núcleo de artistas internacionales. “Hay cuadros fundamentales en la exposición, pero mi elección personal serían los que pintó en Tossa de Mar porque creo que estaba feliz, logró expresar su contacto con la naturaleza y fue un gran momento de reencuentro entre la filosofía y la pintura”, dice Gallissot. Llegó la guerra en España y decidió marchar. Constantemente, Masson funde lo humano con la naturaleza. Para él, la mitología era más interesante para comprender la naturaleza humana que la realidad. Exploró lo apolíneo y lo dionisíaco de Nietzsche y se sumergió en lo subterráneo y oscuro de lo dionisíaco para la búsqueda de lo humano a través de la mitología: el minotauro, el laberinto… En 1936, desde Tossa, celebra la reconciliación con Breton, y poco después inicia sus cuadros con arena, tratando de encontrar el automatismo en pintura con intervención del azar y del inconsciente, precedente del dripping de Pollock. En 1941 decidió exiliarse a Estados Unidos, pasando por Martinica, donde vivió su vegetación virgen como un delirio, fundiéndose de nuevo con la naturaleza. En 1947 volvió a Francia y se instaló cerca de la montaña de Santa Victoria, rememorando a Cézanne. (La exposición permanecerá abierta hasta el 27 de octubre)

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