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    Paul Sack: «Colecciono fotografías de edificios habitables»

    El inversor neoyorkino Paul Sack ha reunido una excepcional colección fotográfica que tiene como sutil elemento aglutinador el tema de la arquitectura. El criterio principal de Sack a la hora de incorporar nuevas obras a su colección es que en cada fotografía aparezca un edificio susceptible de ser comprado o arrendado. Su primera adquisición fotográfica fue South Street, New York City, una icónica obra de 1934 firmada por Walker Evans.
    A partir de ahí empezó a atesorar un valioso conjunto de imágenes modernistas firmadas por leyendas de la historia de la fotografía como Dora Maar, Alexander Rodchenko, Paul Strand y Edward Weston. Su colección incluye, además, una impresionante selección de fotografías del siglo XIX, incluyendo obras maestras de David Octavius Hill y Robert Adamson, William Henry Fox Talbot, Edouard Baldus, y Francis Frith, así como destacados trabajos de fotógrafos menos conocidos y anónimos.

    Cuando conocí a Paul Sack me impresionó que fuera no solo un conspicuo coleccionista sino también comisario. Su reconocida colección de fotografía posee dos cualidades muy especiales: cada obra es de una exquisita calidad y Sack muestra una inmensa generosidad al compartirla con todo el mundo.
    Oriundo de Nueva York pero establecido en San Francisco desde hace décadas, el octogenario señor Sack lleva toda una vida dedicado a coleccionar: primero fueron los sellos y los cromos de béisbol, más tarde los puñales y las máscaras africanas aunque, según nos reconoce el mismo: “Nada es comparable a la envergadura y la pasión con la que me he dedicado a coleccionar fotografía.”
    El joven Sack se propuso hacer carrera como artista plástico estudiando en el San Francisco Art Institute, pero acabó por abandonar el sueño de ser pintor licenciándose finalmente en Empresariales por la Universidad de Harvard. Sack combina cabeza y corazón al coleccionar escogiendo distintos aspectos de la fotografía— no importa lo célebre o desconocido que sea el artista, lee constantemente publicaciones especializadas y monográficos, consultando con expertos, tanto de instituciones públicas como privadas; es más, antes de comprar una obra, suele solicitarla un tiempo en depósito para convivir con ella en su ambiente cotidiano, y averiguar si le gusta o no de verdad.
    Paul Sack es un experimentado hombre de negocios cuya perspicacia le ha permitido forjar un exitoso emporio dedicado a las inversiones inmobiliarias.
    La temática de su colección tiene que ver, como no podría ser de otra manera, con su gran especialidad: la arquitectura. A la hora de decidir los parámetros que definirían su colección, escogió limitar su contenido únicamente a fotografías originales de época, exclusivamente en blanco y negro, de estructuras arquitectónicas que pudieran ser habitadas.
    El tamaño de los edificios no era algo relevante —grandes, pequeños, o casi imperceptibles, por ejemplo, integrados dentro de un paisaje- ni tampoco lo era la perspectiva –interior o exterior.
    Su extraordinaria colección, que comprende unas 5.000 fotografías vintage en blanco y negro, es un delicioso compendio de la historia de la fotografía, desde sus comienzos en 1839 hasta 1960.
    La primera vez que vi la Colección Sack observé que la mayor parte de las obras estaban colgadas –y siguen estándolo- en las dependencias comunes de su oficina, a la vista, por tanto, de todos los miembros de su equipo, sus clientes y amistades. El objetivo es que todos ellos puedan disfrutar de las obras tanto como él.
    Esta inusual actitud me sorprendió. No es habitual que los coleccionistas compartan abiertamente su colección, especialmente cuando ésta comprende obras exquisitas y muy valiosas.
    Hay una fotografía en particular, de la fachada de un restaurante de Nueva York, que posee un interés particular para el coleccionista. El propio Sack nos desvela qué la hace especial: “Fue una suerte que la primera fotografía que compré fuera un Walker Evans. ¡Aprendí mucho de ella!”
    El mecenas ha incorporado a su método de coleccionar fotografía una actitud muy intelectual. A medida que su colección, de calidad museística, creció contrató a un especialista para que se ocupara del registro, catalogación y conservación de las piezas. “Mi colección es demasiado extensa para sacarla a subasta, nos explica, Si tuviera que desprenderme de ella, me parece que solo existen dos opciones: regalarla o venderla a un museo”.

    ¿Siempre le interesó coleccionar obras de arte?
    Me apetecía exponer obras de arte en mi propia casa, que, por cierto, es la única de los Estados Unidos construida después de la Segunda Guerra Mundial que no tiene chimenea. La diseñamos intencionadamente así porque queríamos tener una pared libre para colgar cuadros. Así que si un coleccionista es alguien que sigue adquiriendo obras incluso cuando las paredes de su domicilio ya están repletas, entonces he sido coleccionista solo desde que empecé con la fotografía, en 1987.

    ¿Qué le llevó a coleccionar fotografía?
    La decisión de iniciar una colección de fotografías fue casi accidental. Mi compañía, que había sido adquirida por el Deutsche Bank, ocupaba dos plantas de un gran edificio de oficinas en el centro de San Francisco. Nuestra empresa invertía en inmuebles el dinero de fondos de pensiones importantes. En la planta decimoctava, reservada a la dirección, había colgado un grupo de óleos y acuarelas cuya temática eran edificios particulares o alquilados. Cuando aquellas paredes estuvieron atestadas de pinturas, me interesé por la planta decimoséptima, donde estaba el almacén, un lugar que apenas había frecuentado y donde era imposible colgar cuadros grandes, ya que había hileras de archivadores a lo largo de casi todas las paredes. Opté entonces por coleccionar fotografías, un campo sobre el que lo desconocía prácticamente todo y, con ese propósito, contraté a un asesor artístico para que me orientara en la tarea. ¡Lo que sucedió es que acabé enamorándome de la fotografía!. Empecé a profundizar en el tema, a empaparme sobre la historia de la fotografía, a leer todo lo que caía en mis manos, especialmente monografías sobre los fotógrafos cuya obra tenía intención de comprar. Al cabo de cinco semanas, mi asesor me dijo: ”Ya sabe usted más de fotografía que yo mismo. ¡Está preparado para caminar solo!.”

    ¿Cómo evolucionó la colección?
    No estoy seguro de que mi colección haya evolucionado. Lo apropiado sería decir que alcanzó la “mayoría de edad” desde su comienzo. Creció en vez de evolucionar. Al principio no tenía una idea clara y al finalizar el año regalé al Museo de Fotografía de San Diego un grupo de cincuenta y siete fotos que no encajaban en el que se había convertido el tema principal de la colección.

    ¿Está su colección especializada?
    La meta, o mejor dicho, el objetivo de mi colección es el de representar la historia de la fotografía desde sus comienzos en 1839 hasta, aproximadamente, 1975. En todas las fotografías tiene que aparecer un edificio, en el que pudiera vivir un propietario o un inquilino. El edificio puede ser plasmado sutilmente, apenas sugerido por una simple silueta en el horizonte, o de manera fragmentaria: por ejemplo, es la pared que aparece detrás de alguien que está sentado mientras posa al ser retratado. Todas las fotografías son en blanco y negro –para facilitar el almacenamiento– y pueden medir como máximo 60 cms, excepto cuando se trata de obras panorámicas.

    ¿Cómo está organizada su colección?
    Está almacenada en mi oficina —principalmente en una sala. Hay 36 expositores a cada lado de la habitación, así que tenemos el equivalente a unos 100 metros lineales de pared. Encima de cada estante se cuelga el trabajo de un fotógrafo en concreto o un tema en particular. Hay probablemente cerca de 150 fotografías expuestas en los estantes y unas 75 fotografías adicionales colgadas en las paredes de las oficinas. Las 2.500 imágenes restantes de la colección se conservan en archivadores. La encargada de la colección trabaja unas cinco horas a la semana supervisando las instalaciones, la catalogación y el cuidado de la colección.

    Si empezara a coleccionar de nuevo ¿Cómo lo haría?
    ¡Lo haría de la misma manera!; es decir, me dedicaría a leer libros y ensayos sobre el medio, a visitar museos y galerías, ¡y pediría una línea de crédito al banco!.

    ¿Qué aconsejaría a un coleccionista principiante?
    Lo primordial es que decida los detalles de su colección: ¿fotografía en color o en blanco y negro? ¿De qué dimensiones? ¿Centrada en algún periodo histórico? ¿Qué clase de acabado?.
    También le sugeriría que su colección tuviera un tema específico. ¡Es imposible tratar de coleccionarlo todo!.

    Los gustos de un gourmet
    “Una vez el comisario de un prestigioso museo me tildó de “fetichista” solo porque únicamente me interesan las fotografías vintage de la mejor calidad. ¿Cómo puedo saber que una fotografía es, realmente, un original de época? En la mayoría de los casos, me limito a confiar en los galeristas: aunque es probable que alguna vez haya comprado fotos que no sean “vintage” –aunque obviamente sin saberlo.
    También es recomendable tener alguna manera de comprobar si está justificado el precio que pide un marchante por una obra. A veces, consulto este tema con la encargada de mi colección.
    La pregunta es directa: ”¿Hay alguna otra persona en el mundo que haya pagado un precio semejante por esta fotografía?”. Entonces ella investigará los precios alcanzados en distintas subastas y, en ocasiones, telefoneará a otros galeristas para indagar el precio que hubieran pedido por la foto.”

    Historia de una rebaja
    “Hará cosa de un año, un marchante me ofreció por 170.000 dólares, una fotografía original de época (vintage) de Edward Steichen, The Maypole, que es una imagen del Empire State Building mostrado en múltiples sobreimpresiones. Sin intención alguna de adquirirla, le dije al marchante: “Imaginé que debía haberla comprado cuando valía 100.000 dólares. Mi sorpresa fue total cuando, apenas unos días después, el marchante volvió a telefonearme para comunicarme que el propietario de la fotografía había rebajado el precio a 103.000 dólares. Así que ¡la compré!.”

    Rosalind Williams

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