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    Pienso, luego existo

    Considerado el padre de la escultura moderna, Auguste Rodin (1840-1917) dejó sentir su influencia a lo largo del siglo XX en artistas como Brancusi, Picasso o Henry Moore. En su haber tiene composiciones ahora célebres como El beso, Los burgueses de Calais y Las puertas del infierno, pero la más memorable de todas fue El pensador, una figura heroica en la tradición más pura de Miguel Ángel. Al igual que la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, El nacimiento de Venus de Botticelli o El grito de Edward Munch, El pensador ha adquirido un estatus casi legendario en el canon de la historia del arte. Rodin lo concibió en 1880 como parte de sus monumentales Puertas del infierno inspiradas en la Divina Comedia de Dante Alighieri. Pero hubo que esperar hasta 1904 para que se expusiera como obra autónoma por primera vez en el Salón de París. A petición pública, el Gobierno francés adquirió este colosal bronce y lo instaló en un lugar de honor frente al Panteón en 1906. En 1922 se trasladó a los jardines del Museo Rodin.

    El ejemplar que pone a la venta Christie’s el 30 de junio en su sede de París, es una edición de 1928 tasada entre 9 y 14 millones de euros, procede de un apartamento en el Quai d’Orsay decorado por el prestigioso interiorista Alberto Pinto. Se trata de una pieza realizada en 1928 por la fundición de Alexis Rudier, responsable de algunos de los bronces más solicitados de Rodin. Con un cuerpo torturado pero poderoso y un espíritu radicalmente libre, El pensador es un símbolo universal de la mente humana. «Lo que hace pensar a mi pensador», explicaba el artista, «es que piensa no solo con su cerebro, su frente fruncida, sus fosas nasales distendidas y sus labios comprimidos, sino también con todos los músculos de sus brazos, espalda y piernas, con sus puños y dedos de los pies apretados».

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