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    Cuando el dinero público paga el arte

    Hablar de arte es hablar de artistas, pero también de mecenas. Y si de mecenas hablamos hay que destacar la figura del Estado. Y es que el arte, desde las primeras civilizaciones, está ligado al Estado y a sus instituciones. Zigurats, pirámides, el Partenón griego o el Coliseo romano, los monasterios, castillos o pinturas como el Guernica, de Pablo Picasso, y esculturas como el David, de Miguel Ángel, son productos del interés artístico (y político) de los gobiernos.
    Como explica el catedrático del departamento de Historia del Arte de la UNED, Víctor Manuel Nieto Alcaide “los distintos gobernantes de la Historia han utilizado el arte para acercarse a los dioses y conseguir sus favores, para conmemorar victorias sobre pueblos enemigos, como símbolo de poder, o para hacerse con el cariño de los ciudadanos”. Ahora, en pleno siglo XXI, uno descubre que las cosas no han cambiado tanto. Todo político quiere también dejar su huella artística y colocar a su ciudad en el circuito del arte. “Normalmente se busca a artistas mediáticos que en muy pocas ocasiones acuden a concurso público, sino que, por el contrario, son elegidos a dedo avalados por su prestigio”, apunta Juan Manuel Bonet, ex director del Instituto Valenciano de Arte Moderno y del Museo de Arte Reina Sofía. El ejemplo más destacado es el Museo Guggenheim de Bilbao, que levantó el arquitecto Frank Gehry como encargo de las autoridades públicas del País Vasco y que ha puesto a la ciudad en el mapa del arte contemporáneo. Y es que como ha explicado en numerosas ocasiones Bonet, “no hay que olvidar que el Ministerio de Cultura está muy descentralizado, por lo que más que el Estado quienes están detrás de estos encargos son los ayuntamientos o las políticas de las comunidades autónomas”.
    El pasado mes de octubre el municipio madrileño de Coslada se situó en el plano cultural internacional, a la altura de Madrid o Boston, en el sentido de que se convirtió en la tercera ciudad del mundo que alberga una gran escultura del maestro Antonio López en el espacio público y al aire libre. Como señala Pedro San Frutos, Primer Teniente de Alcalde y Concejal de Cultura y Participación Ciudadana de Coslada, “lo que a todos nos parecía una utopía de dotar al municipio con una obra emblemática ahora es una realidad, gracias a La Mujer de Coslada y la generosidad de Antonio López”. Se trata de una escultura en bronce de casi seis metros de alto, 3.000 kilos de peso y 40 piezas soldadas que componen una figura femenina de gran tamaño.
    La pieza está situada en una rotonda del municipio donde confluyen dos importantes vías de comunicación de la población y junto a lo que será un destacado pulmón cultural de la periferia madrileña. Puede resultar extraño el emplazamiento elegido para colocar una obra de tal magnitud, pero, como el artista se ha encargado de apuntar, “todo fue y ha sido siempre claro y fácil.
    El encargo, que llegó en la Navidad de 2008 por mediación de los pintores Julián Cascón y Francisco Geijo—amigos de López y vecinos de Coslada—”, ha contado con un bajo presupuesto, signo indiscutible de esperanza en un panorama artístico cada vez más disuelto en la palabra del mercado. La obra ha sido financiada gracias al Plan E del Gobierno de España. “El dinero invertido ha sido de 350.000 euros, donde se han incluido los gastos urbanísticos de la propia rotonda más la obra”, aclara San Frutos y añade que “aunque el precio del arte es muy relativo, se ha abonado probablemente menos de un 10% de su valor real, sin entrar en la tasación que alcanzaría en el mercado una obra de estas características”.
    Pero los encargos públicos no están exentos de polémica. La principal crítica se dirige a si un ayuntamiento debe gastarse este dinero en una escultura o dedicarlo a políticas educativas o sociales. Los artistas lo tienen claro: “Si la obra es buena, el dinero está bien invertido”. “Es normal que existan voces disconformes y más en época de crisis. Y aunque las escuchamos, sabemos que debemos apostar por acercar el arte a los ciudadanos, sacarlo a la calle, porque el arte también hace avanzar a las sociedades y crea mejores ciudadanos”, señala San Frutos.
    Las propuestas públicas, por su atrevimiento, también han provocado muchos debates sobre su estética e integración con el entorno de su emplazamiento. El puente de Calatrava en Venecia es una muestra. Pero hay otros ejemplos, como la Pirámide de Cristal del Museo del Louvre, en París. Y es que cada época tiene sus hitos. “Si uno repasa la historia descubre que la Torre Eiffel fue un encargo duramente criticado por sus contemporáneos. Fue tachada de fea y hoy es el icono de Francia”, recuerda Bonet. Algo parecido sucede en Gijón con la obra de Chillida. Fue un encargo del Ayuntamiento y en su día desató la polémica y el debate, pero ahora el Elogio al horizonte es todo un referente.
    Algunas propuestas importantes dentro del marco del encargo público, han sido la panorámica de Madrid, Madrid desde Vallecas, que Antonio López pintó para la Asamblea de Madrid; los trabajos de Lucio Muñoz también para la Asamblea madrileña, los retratos que Carmen Laffón realizó de Don Juan Carlos I y Doña Sofía para la sede del Banco de España o el busto de Juan de Borbón, de Víctor Ochoa, para el Campo de las Naciones y la calle Goya, en Madrid. Habría que añadir las puertas de bronce —con un coste de 154.000 euros— que la escultora Cristina Iglesias concibió para la ampliación del Museo del Prado de Rafael Moneo o El jardín del cactus, en Lanzarote, de César Manrique. El catálogo es amplio. En él también se incluye el monolito a las víctimas de la tragedia aérea del Yak42, de Martín Chirino, o el monumento de este mismo artista para conmemorar la Batalla del Jarama; los encargos de las autoridades valencianas a Miquel Navarro o las piezas que Oriol Bohigas creó para la Ciudad Condal durante la renovación de Barcelona para los Juegos Olímpicos.
    Uno de los casos más recientes que salpica la memoria es el de Miquel Barceló. La Iglesia acudió a él para renovar la capilla del santísimo de la Catedral de Palma —un proyecto que ha costado cuatro millones de euros— y Naciones Unidas le encargó la decoración de la cúpula de la sala XX del Palacio de la ONU en Ginebra —cuyo coste fue de 20 millones de euros— que Miguel Ángel Moratinos, ex ministro de Asuntos Exteriores, ha calificado como “la Capilla Sixtina del siglo XXI y como expresión del diálogo y Alianza de Civilizaciones”.
    La lista, pareciendo corta y limitada, sin embargo, sigue sumando obras artísticas. Y es que pese a que en época de crisis las primeras partidas presupuestarias que se reducen son las de cultura, el dinero de los ciudadanos sigue apoyando el arte.

    La arquitectura es la estrella
    La arquitectura es, de todas las artes, la que sigue más ligada a los contratos públicos. Actualmente, la cara española más reconocida es la de Santiago Calatrava. Sus proyectos públicos no conocen fronteras. El nuevo perfil de Nueva York, que quiere dejar atrás las huellas del golpe del 11-S, estará dotado con su sello. El creador está al frente del teleférico que unirá Manhattan y Brooklyn al tiempo que colabora en el diseño de la nueva terminal de transporte del World Trade Center. “Lo hago de manera desinteresada porque queremos contribuir a la rehabilitación de la ciudad”, reconoció Calatrava. Aunque, sin duda la promoción y el hecho de que una obra suya se incluya en la recuperación de Nueva York no le viene mal como tarjeta de presentación para futuros proyectos. No es lo único que guardan sus carpetas. Ya ha diseñado el plan para la Ciudad Deportiva de Tor Vergara, en Italia; en Castellón de la Plana levantará el futuro recinto ferial y el observatorio de comercio; y Dallas cuenta con él para la renovación de su imagen. Además, el pasado gobierno de Jaume Matas aprobó la concesión de 1,2 millones de euros a Calatrava por el anteproyecto de un edificio que estaría dedicado a las artes escénicas. Esta iniciativa, con un coste de 100 millones, fue descartada por los partidos del siguiente gobierno de centro-izquierda y del Ayuntamiento de Palma. La izquierda tildó de “despilfarro” y “preocupante” el gasto. Y es que la decisión de Matas llegó sin debate ni concurso previo. Tampoco ha cuajado el proyecto de Richard Serra, Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2010, para la plaza del Callao de Madrid.

    Azucena Zarzuela

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