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    Desoladora fosa común

    Se estima que cada año pierden la vida en aguas del Mediterráneo 5.000 personas. Esta escalofriante cifra motivó al fotógrafo Alfredo Arias (Avilés, 1973) a visibilizar la tragedia de la migración forzosa en La Fosa. “Es duro pensar que miles de personas se lanzan a un mar que puede engullirlos simplemente porque lo que dejan atrás es aún peor. Seres humanos que confían sus vidas y las de sus hijos a unos chalecos que, normalmente, ni siquiera sirven para eso”, manifiesta sobre este proyecto que se expone en el Museo Cristina García Rodero de Puertollano (Ciudad Real) hasta el próximo 15 de octubre.

    El artista Miguel Ríos, La Fosa © Alfredo Arias

    Se han sumado a esta iniciativa medio centenar de artistas, entre ellos músicos como Miguel Ríos, Rozalén, Luis Eduardo Aute, Zahara o Vetusta Morla, que se han enfundado el chaleco rojo en solidaridad con quienes lo arriesgan todo para buscar un futuro.  “Todos los artistas eran conocedores del proyecto con anterioridad. No puedo estarles más agradecidos por prestar su tiempo y su imagen de forma totalmente altruista. Fue un rompecabezas descomunal cuadrar agendas, fechas, lugares para realizar las fotos… Pero eso fue todo. No hubo más artificio. En las fotos posan con su ropa habitual. Si estaban en el backstage, tal como habían bajado del escenario o con la misma ropa con la que iban a subir a tocar. Si era en nuestro plató, con su ropa de calle. Este punto era muy importante: quería demostrar que es algo que nos puede ocurrir a cualquiera, en cualquier momento, sin previo aviso. Es ese momento tremendo en el que la muerte acecha y te toca coger a tu familia y salir con lo puesto.”

    Hoja de contactos de La Fosa © Alfredo Arias

    Arias planteó sesiones rápidas, de apenas 10-15 minutos. “Para meterlos en situación, les contaba el mismo relato que escuchan una y otra vez los voluntarios de las ONGs en la costa griega. Historias de seres humanos forzadas a huir y echarse al mar en busca de algo mejor. O, simplemente, con la esperanza de no morir. Les contaba mi experiencia en Siria, país que visité en las vacaciones de 2007. Me fascinó lo mucho que se asemejaba a la España de mis hermanos mayores. Pensaba en el dueño de una tienda de cámaras antiguas que encontré en Damasco. O en los fruteros de un mercado en Alepo que habían compartido una raja de sandía conmigo al acabar su jornada. O en los vendedores de pan. Personas como yo, con las que había charlado amigablemente y que ahora, tal vez, pugnaban por no morir. Ni bajo las bombas, ni bajo el mar. Solo eso: no morir.”

    Al sacar los chalecos antes de cada sesión, el fotógrafo les explicaba que eran reales, usados por alguien para cruzar el Mediterráneo en una barca. Hacinados, ateridos de frío, con miedo, con incertidumbre, con la tristeza de dejar tu tierra hacia un destino incierto. “Les comentaba que son chalecos deportivos, no aptos para sobrevivir en el mar. Aún así, se usan. Vienen sin flotadores, porque las mafias convierten un chaleco de adulto en dos de niños. Así, ganan más. Así también firman su sentencia de muerte si caen al agua. Después de esto, no les daba más indicaciones. Dejaba fluir el silencio. Para tensar más la situación, disparaba con una lente que alejaba bastante de los fotografiados. Un 85mm. No hablábamos y procuraba no hacer, en la mayoría de los casos, más de 15 disparos, manteniendo largos e incómodos silencios entre clic y clic de la cámara. Era vital dejarles a solas con sus pensamientos. No fueron pocos los que me dijeron que ‘les había jodido el día’. Otros, lloraron. Casi todos lo pasaron francamente mal. Era la catarsis necesaria para que se enfrentaran a lo que se podría sentir dado el caso”, rememora el fotógrafo.

    “A lo largo de estos tres años he vivido una montaña rusa de emociones. Intento creer que remotamente parecidas a lo que sienten los migrantes”, asegura Arias quien reivindica en esta serie la labor de organizaciones como Open Arms, CEAR o ACEM “que se dejan la piel para que nadie muera en esa fosa en la que hemos convertido el Mediterráneo”. Museo Cristina García Rodero, Puertollano (Ciudad Real). Hasta el 15 de octubre

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