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    Dueña de sus días

    Marta Sentís (Barcelona, ​​1949) dedicó veinte años a fotografiar sus impresiones alrededor del mundo, siguiendo su impulso nómada y experimental. La exposición Todos los días son míos, que acoge el Palau Solterra de la Fundació Vila Casas, reúne más de doscientas fotografías que inmortalizan sus vivencias en la Barcelona y el Nueva York de los años setenta y los ochenta, así como en tantísimos otros lugares de África y Oriente. “Sus fotografías son una afirmación de su independencia, pero también un espejo de sí misma, de su curiosidad por otros modelos de vida, de su búsqueda de escenarios y personas que la desvinculen de los referentes sociales en los que creció”, apunta Alejandro Castellote, comisario de la exposición.

    Londres, Reino Unido, 1985

    Tras su infancia y adolescencia en París, Barcelona, Oxford y Florencia, Sentís se marchó a trabajar unos años a Nueva York, donde entró en contacto con el mundo artístico del SoHo, barrio en el que residía. A su regreso a la capital catalana, se sumó a quienes, como ella, se rebelaron contra la domesticación y protagonizaron el movimiento underground, ácrata y contracultural de finales de los setenta. En esos años, comenzó a viajar por todo el mundo realizando reportajes o documentando proyectos de la ONU. Poco a poco fue eligiendo sus destinos, prolongando sus estancias y conviviendo con personas cuya intensa relación con la vida estaba al margen de los parámetros occidentales del bienestar económico y el consumo. Personas que, como ella gusta de subrayar, “tienen tiempo”.

    Sanáa, El lemen, 1984

    Sus fotografías van mostrando progresivamente el grado de complicidad que establece con diferentes grupos sociales, su asertiva voluntad de pertenencia; por eso elude la mistificación de lo exótico y se centra en el mestizaje cultural existente en todos los continentes. Sus viajes no emulan la búsqueda de un paraíso perdido, ni la utopía de la felicidad asociada al primitivismo. Esa desafección por las texturas de lo exótico se traduce en una iconografía alternativa, sin apenas equivalentes en la fotografía española de esos años, que prescinde de las sublimaciones del blanco y negro y apuesta por unos colores vibrantes, que invitan al público a compartir experiencias sinestésicas. Toda su obra es un imaginario visual narrado en primera persona, que afirma enfáticamente su vocación de libertad, su deseo de ser dueña de sus días, de su vida. Palau Solterra, Torroella de Montgrí. Hasta el 19 de noviembre

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