Dice Edgar Plans que una de las pocas cosas de las que está totalmente seguro es de que nació en Madrid en 1977, pero que le resulta difícil precisar cuándo empezó a pintar o los motivos que le empujaron a ello. Se recuerda como un niño agarrado siempre a sus rotuladores, garabateando cualquier pared que se le pusiera a tiro, ya fuera las de la casa familiar, las de la guardería o incluso las aceras. También dibujando en una mesita con el sonido de la máquina de escribir de su padre, el periodista Juan José Plans, como música de fondo. Cuando tenía 8 años, la familia se mudó a Gijón y le apuntaron a una academia de dibujo en la que no duró demasiado. “Me gustaba dibujar tiras de cómic y cuentos, no cuencos de frutas ni estatuas clásicas de yeso.” Ya en la adolescencia entró en el taller de un reconocido profesor donde permaneció dos años para después volar solo. Se licenció en Historia del Arte y se alquiló un cuarto en un estudio, que originalmente había sido la casa del popular pintor asturiano Nicanor Piñole. “En ese ático comencé mi propio camino…”, ha rememorado, un itinerario no exento de escollos pero en el que contó con aliados, galerías españolas que creyeron en él y le ayudaron a introducirse en el difícil mercado internacional. Su gran despegue se produjo en 2018 y la llave que abrió la puerta del éxito fue una propuesta que se enmarca dentro del movimiento kawaii, en la que hay también ecos de Basquiat, Keith Haring o Takashi Murakami. Su estética amable, hasta ingenua, tiene un trasfondo más serio. De hecho, a través de sus Animal Heroes, los personajes que le han hecho famoso, Plans reivindica valores como la solidaridad o el cuidado del planeta. Representado por Almine Rech, ha expuesto en el Moma de Moscú, en el Xiao Museum de China, en Dubái con la galería Perrotin y este año firmó el stand de El País en ARCO. En Asia es una estrella y sólo en 2022 sus creaciones recaudaron en subasta más de 9 millones de euros. Y todo esto, desde Gijón, lejos de las grandes capitales del arte pero ideal para mantener sus rutinas (en las que no falta el ciclismo) y no perder de vista su objetivo último: “estar en grandes museos para que todo el mundo pueda ver mi trabajo.”
Con una carrera internacional, ¿qué supone tener su taller en Gijón? Tener un estudio apartado, en un sitio tranquilo, es perfecto. No hace falta estar en grandes ciudades para crear, allí voy por temas de exposiciones. Intento hacer turismo. No se me ocurriría pintar. Callejeo y me dejo inspirar. Sé que si viviera en estas ciudades no me enamorarían por su estrés y seguramente las conocería menos por estar todo el día encerrado en el taller. En Gijón todo es más cercano, tengo a la familia y los alrededores son ideales para practicar ciclismo, algo que disfruto y necesito.
¿Cuáles fueron sus primeras experiencias con el arte? No sabría decir pero desde pequeño me lo pasaba muy bien dibujando, estaba todo el día con los rotuladores en la mano. La mayoría de niños abandona el dibujo pero para mí empezó a ser una necesidad y gozaba haciéndolo. Cuando tenía 7 u 8 años, me encantaba dibujar cómics…. [Vanessa García-Osuna. Foto: Pablo García]