Hacía más de diez años que Dis Berlin (Mariano Carrera. Soria, 1959) no exponía en Barcelona y ha vuelto, a la Sala Parés, con Laberinto de soledades, una muestra de 40 pinturas y una instalación escultórica, todas creadas en los últimos años. Dis Berlin, que afirma que “a la vida cotidiana le falta misterio”, empezó su carrera pictórica a principios de la década de 1980 en la galería Buades de Madrid y ha seguido hasta hoy con una sólida trayectoria que ha llevado su obra a destacadas colecciones públicas. Ese misterio que le falta a la vida cotidiana, Dis Berlin lo crea en sus pinturas, en las que transmuta lo cotidiano en enigmático en una atmósfera poética y metafísica, silenciosa y sensual, de tal forma que sus imágenes reclaman contemplación. Sus objetos, con los que relaciona el bodegón con el paisaje, más que objetos son como presencias, que se alzan en el paisaje como una aparición onírica, como en Tres Gracias celestes, o como en Fiesta en el cielo en un clima surrealista, fuera del tiempo. En esta entrevista nos habla de su minucioso proceso creativo, de su amor por la soledad y su entrega a la pintura, de su triste visión de la Movida madrileña y de su mayor coleccionista, Pedro Almodóvar.
¿Cómo fueron sus primeros contactos con el arte? Empecé muy pronto, tanto en poesía como en pintura. Yo venía de una familia humilde y vivía en Zaragoza; no era fácil contactar con el arte, pero yo lo buscaba, siempre me gustó de jovencito ir a ver exposiciones y museos, aunque en esa época tampoco hacía distingos entre si era bueno o malo porque no tenía mucho criterio. Con el tiempo, esa vocación fue arraigando, a pesar de que en cierto momento se me enturbió tentado por el cine y me puse a estudiar Ciencias de la Imagen; me di cuenta de que era una pérdida de tiempo y en el tercer año lo dejé, pero me sirvió para adquirir un vicio que me ha durado hasta ahora, que es el de la cinefilia, soy muy cinéfilo. Ya conocía, de cuando estudié en Madrid, la galería Buades, que en ese momento aún no se había interesado por mi trabajo. Estamos hablando de mis 19 años y estaba yo muy verde. Posteriormente, se lo enseñé a Juan Manuel Bonet y le pareció interesante; luego, de una carpeta que dejé en su casa, Quico Rivas, a quien, por cierto, Guillermo de Osma está haciendo ahora un homenaje, porque él también hacía sus pinitos como pintor, pues, como decía, Quico Rivas se llevó una carpeta, y se puso a vender, sin mi permiso, acuarelas y cosas mías y ahí empezó todo.
Ahí empezó todo, siga, siga… Yo había tenido una pequeña exposición, cuando tenía 22 años, en 1982, en la librería Antonio Machado, que entonces tenía un espacio expositivo; yo todavía estaba muy verde, y curiosamente ya trabajaba tanto la figuración como la abstracción, o sea, no se me planteaba ningún dilema. Aunque la exposición era flojita, en esa época era todo fácil porque no había casi competencia para exponer y, ya en 1983, entré en la galería Buades y empecé una carrera profesional, hasta ahora, que llevo 40 años viviendo de la pintura.
¿Cómo fueron los 80? Fue una época en la que circulaba mucho dinero, mis precios eran baratísimos y podía vivir perfectamente de la pintura. Creo que también fue porque hacía un trabajo que comunicaba con facilidad, con una figuración que seducía a bastante gente. Luego, en 1987, di un giro hacia la abstracción, que descolocó un poco al público, pero enseguida inauguré en la galería Columela y vendía muy bien mi trabajo. Desde entonces, he ido oscilando entre la abstracción y la figuración, aunque ahora llevo ya un tiempo largo, desde 2004 ó 2005, haciendo fundamentalmente figuración… [Marga Perera. Foto: Maria Dias]