La santidad y su representación artística fueron dos aspectos que caracterizaron la cultura del Barroco en España. Tras el Concilio de Trento (1545-1563), el culto a los santos como mediadores y la definición del catolicismo como una religión decididamente visual fueron ejes de la reacción católica a la Reforma protestante. A partir de finales del siglo XVI, en España, las imágenes pictóricas y escultóricas de la santidad se multiplicaron. Su propósito fue mover a los fieles a la imitación devota de los modelos de virtud que en ellas se mostraban y, para lograrlo de forma eficaz, se intensificó su realismo. El objetivo fue llegar al corazón de los espectadores a través de obras de enorme verismo y gran carga dramática y, así, crear imágenes de fuerte impacto emocional.
La exposición Fieramente humanos que acoge el Museo Carmen Thyssen de Málaga, realizada en colaboración con el Museo de Bellas Artes de Valencia, comisariada por su director, Pablo González Tornel y patrocinada por la Fundación Bancaria Unicaja, analiza la santidad barroca a través de una selección de 35 piezas de grandes maestros de la pintura barroca como Murillo, Ribera, Velázquez, Ribalta, Orrente, Pereda, Giordano, Vaccaro, entre otros, y de dos de los escultores principales del período: Mena y Martínez Montañés. El contrapunto lo ponen tres obras contemporáneas, del Equipo Crónica, Darío Villalba y Antonio Saura, que reflejan que, hoy como ayer, el mundo se mueve a través de las emociones. Según su directora artística Lourdes Moreno, la pinacoteca malagueña, quiere mostrar “cómo el intenso realismo que define estas imágenes y que permitió estimular la devoción de sus contemporáneos sigue cautivando hoy a los espectadores”, añadiendo que “varios siglos después, aquellos seres divinos, tan realistas en su aspecto y sus emociones, mantienen el impacto visual de su verismo sin ambages, su carácter más fieramente humano y conservan intacta su capacidad de apelar a la empatía y sensibilidad de quienes los contemplan”.
Empatía y simpatía fueron los mecanismos empleados por el artista para hacer que sus imágenes de santidad se convirtieran en seres casi cotidianos cuyo sufrimiento y aflicciones podían ser fácilmente entendidos y vividos por cualquier mortal. Este realismo que acercó al espectador los retratos de la santidad barroca en el siglo XVII tiene hoy la misma fuerza, y su atemporalidad sigue cautivando los sentidos gracias a la profunda humanidad de unas imágenes en la que aún reconocemos a nuestros semejantes, consumidos, entonces como ahora, por las tribulaciones de la vida.
Como ejemplo supremo de las renuncias y padecimientos para alcanzar la redención, las imágenes de la pasión de Cristo proporcionaron un referente de aceptación resignada del sacrificio. Durante el Barroco, la imagen sufriente y sangrante del Hijo de Dios, su versión puramente humana, fue relanzada con gran potencia gracias al recién conquistado realismo figurativo y los santos, como cualquier ser humano, no hicieron sino imitar a Cristo. La imagen de la penitencia y el martirio permitió a los artistas explorar el realismo visual descarnado a través de la descripción minuciosa de los estragos físicos y mentales que esta lucha había causado en los hombres y mujeres santos. Mártires como san Sebastián o san Pedro mostraron, de la manera más cruel, cómo el ejemplo de Cristo podía ser vivido y actualizado por los creyentes. También los modelos extremos de expiación de los pecados ocuparon un lugar primordial dentro del catolicismo reformado. Los santos y santas penitentes y anacoretas (san Jerónimo, san Onofre, santa María Magdalena, santa María Egipciaca), aislados en parajes inhóspitos de amenazantes sombras, se mortifican para alejar las tentaciones y debilidades que les separan de la perfección espiritual y de la divinidad, resaltando, no obstante, la decrepitud de sus cuerpos. Si algo entendieron bien los artistas del Barroco fue cómo los sentidos conectan la realidad sensible con la mente y el corazón del ser humano, y los santos y santas de madera, lienzo y óleo fabricados entonces siguen siendo hoy fieramente humanos, tan reales como quienes los miraron y los siguen mirando.
[Hasta el 18 de febrero. Museo Carmen Thyssen. Málaga. www.carmenthyssenmalaga.org]