Borges, que imaginó el paraíso como una especie de biblioteca, hubiera sido feliz explorando la que han reunido José María Arriola y Rosa Lerchundi, un auténtico “palacio de memoria”, en cuyas estanterías se alinean 20.000 volúmenes, además de 140 incunables y 15.000 documentos manuscritos. ¿Imaginan tener en sus manos libros que han marcado el devenir de la humanidad, ejemplares que, pese a su fragilidad, han desafiado el paso de los siglos?. Esta pareja de mecenas bilbaínos custodia primeras ediciones de textos legendarios como los Principia Mathematica de Newton (1687), considerado el más importante tratado científico; una Crónica del Cid (1512), la obra literaria más antigua que se conserva en lengua castellana; o El Capital de Karl Marx, uno de los hitos de la historia del pensamiento. La Biblioteca Arriola Lerchundi (que acaba de publicar un catálogo con 300 de sus libros impresos) refleja la amplitud de intereses de sus artífices, que van de la ciencia a la astronomía, pasando por la historia, el derecho, las biblias o la teoría de las ideas, entre otras materias. “Mi mayor motivación ha sido comprender y admirar la grandeza de aquellos hombres que, en la antigüedad, tanto contribuyeron al Mundo de las Ideas o cooperaron al bienestar de la Humanidad”, nos dice José María Arriola, que ha sido notario de profesión. Aunque bien conocido en los círculos bibliófilos, este gabinete privado se ha mantenido durante décadas a resguardo de miradas indiscretas. Y curiosamente ha sido una lectura, la del ensayo El infinito en un junco de Irene Vallejo cuyas páginas propagan el amor a los libros, la que les acabó de convencer para compartir sus tesoros con el público. Estos días, una muestra en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, exhibe una selección de sus manuscritos.
¿Cómo nació su amor por los libros antiguos? Surgió de forma natural a consecuencia de mi profesión. Fui muy amigo del gran notario Juan Vallet de Goytisolo, quien pensaba que todo jurista debía tener en su biblioteca libros antiguos de derecho, pues ésta es una materia en constante evolución y para poder escribir sobre ella es importante contar con la apoyatura de textos históricos. Y así nació mi bibliofilia.
¿Valora poseer un libro que tuvo un dueño anterior ilustre? Sí, y de hecho, tengo varios que pertenecieron a personalidades como Antonio Cánovas del Castillo, de cuya biblioteca no es raro encontrar ejemplares en subastas y libreros, Francisco Silvela o el Marqués de Molins, por ejemplo. Y he adquirido bastantes de la célebre biblioteca del conde de Macclesfield.
¿Compra también a particulares? Casi nunca, creo que de los 20.000 ejemplares que tenemos apenas 2 o 3 fueron adquiridos a particulares. Cuando los libreros saben que tienes una biblioteca especializada ya se encargan ellos de hacerte llegar las ofertas. Yo tuve gran relación con Luis Bardón y gracias a él hice magníficas adquisiciones. En cuanto a las subastas, básicamente he comprado fuera, en Christie’s y Sotheby’s, en Londres, París y Nueva York.
¿Recuerda alguna subasta inolvidable? ¡Ha habido tantas!. Para evitar tentaciones, normalmente llevábamos ya acordado el precio máximo que estábamos dispuestos a pagar, aunque naturalmente, ha habido ocasiones en que lo hemos rebasado. Recuerdo el pique que tuve con otro postor por hacerme con un Cuaderno de leyes y ordenanzas de la provincia de Álava, que se ofrecía en Durán por un precio de salida de 30.000 pesetas [180 euros] y se remató en 1,3 millones de pesetas! [6.500 euros]. Y, en Nueva York, tuve que hacer una oferta considerable para adjudicarme el Portulano de Oliva; cuando acabó la puja, se me acercó una señora, que me fue presentada como la mayor experta del mundo en portulanos, para felicitarme por mi adquisición… [Vanessa García-Osuna. Foto: Garazi Irigoyen / Juantxo Egaña]