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    El reto hedonista de Yago Hortal

    Los plásticos que cubren el suelo del estudio de Yago Hortal (Barcelona, 1983), que parecen una pintura abstracta llena de salpicaduras de colores, algún día podrían formar parte de la memorabilia de un artista famoso. Hortal vive y trabaja en Barcelona y es uno de los artistas jóvenes más interesantes del panorama actual, incluso una marca de moda ha copiado sus imágenes para el estampado de su ropa. Tras licenciarse en Bellas Artes y ganar el Premio de Pintura Joven de la Sala Parés, inició una carrera fulgurante exponiendo tanto en España como en el resto de Europa y en Estados Unidos. Hasta el 30 de mayo, el Museu Can Framis de la Fundació Vila Casas de Barcelona presenta una exposición, a modo de retrospectiva, comisariada por Enrique Juncosa: Eso era antes y esto es ahora, que condensa quince años de trayectoria desde su época de estudiante hasta ahora. Su pintura, muy gestual y con vivos colores industriales, se nos ofrece a la mirada como un reto hedonista que invita a celebrar la vida. Posee también un fondo de acción y reflexión, de razón y sensibilidad, de permanencia y velocidad, de pasión y quietud, y una estética de la percepción del paso del tiempo en este mundo en el que todo se superpone. El próximo mes de octubre expondrá simultáneamente en las galerías Senda (Barcelona) y Nikolaus Rudziscka (Salzburgo). [Marga Perera. Foto: Maria Dias]

    ¿Qué le llevó a iniciarse en el arte? Una consecución de cosas, estimuladas ya desde bien pequeño por mi familia. Dibujaba y pintaba con mis padres, que siguen haciéndolo, aunque ahora más orientados hacia el mundo digital. Tenían amigos pintores y solíamos ir a sus estudios y desde entonces se me quedaron grabados los olores y las imágenes de sus talleres. Por ejemplo, José María Guerrero Medina (1942), a quien le hicieron una exposición muy importante en el Espai Volart de la Fundació Vila Casas, lo considero, de algún modo, mi padrino pictórico porque su estudio del Empordà fue una de las cosas que más me impresionaron; en aquellos años, mis padres le hicieron de modelo para una serie de pinturas en las que estaba trabajando y yo quería que me pintara a mí también; me sentó en un sofá y me hizo un retrato, que conservo en mi casa como un gran recuerdo. En otra visita rompí un cuadro de Pepo Hernando, porque empecé a tocarlo y no estaba seco… Supongo que estas experiencias influyeron en mi inclinación al arte. Después, vas conociendo gente muy interesante que te va motivando y haciéndote crecer. 

    Usted estudió Bellas Artes, ¿cómo recuerda esta experiencia? Estudié en Barcelona y estuve un año en Sevilla, que me cambió la visión del arte porque entonces yo estaba más interesado en la representación; viví con Rorro Berjano, un pintor que ya estaba trabajando a nivel profesional, exponiendo y participan- do en ferias como ARCO y en cuanto nos despertábamos nos pasábamos el día hablando de arte y esto me influyó mucho más que la Facultad de Sevilla porque yo venía de poder pin- tar en el Parchís, en la Facultad de Barcelona, de 9 a 21 horas, donde nos juntábamos tres o cuatro compañeros, entre ellos, Víctor Jaenada y Alan Sastre, y cuando llegué a Sevilla sólo podía pintar dos horas dos días a la semana, durante las clases de pintura. Entonces, como no tenía estudio en casa, pintaba por todas partes con amigos, por la calle, en las azoteas… porque no encontraba la motivación en las clases. Así que pinté más que nunca y fue cuando descubrí que ya no me interesaba tanto la representación, que la pintura para mí era otra cosa. Y de repente, en la Facultad más académica de toda España, de pronto cambié y descubrí la abstracción. Al volver a Barcelona, mis profesores alucinaban: «¿qué te ha pasado en Sevilla?» [dice sonriendo]. Recuerdo a Pep Montoya, desgraciadamente fallecido, que no era mi profesor aquel año, pero era quien me seguía realmente. 

    Sevilla fue un paréntesis en su carrera… Sí, fui con una Beca Séneca y sin esperarlo me cambió el paradigma aunque decidí acabar la carrera en Barcelona, en parte para poder tener un año más la oportunidad de trabajar en el Parchís; fue muy buena decisión. Si hubiera terminado en Sevilla, mi trabajo, muy probablemente, no hubiera sido igual. Hay gente que deja la Facultad, pero a mí me fue muy bien; aprendes de algunos profesores y sobre todo de los compañeros porque compartes inquietudes e ideas, que es muy interesante porque te van estimulando. 

    Al terminar Bellas Artes, vivió en varias ciudades Después de acabar la carrera, trabajé en un taller pequeñito con un amigo en el Poblesec, y a partir del Premi de Pintura Jove de la Sala Parés, empezaron a proponerme exposiciones en la galería Senda de Barcelona. Me fui primero a Portugal, donde estuve tres meses, preparando mi primera individual para el Espai 292 de la galería Senda. Cuando volví, tuve la suerte de que un coleccionista me cediera una casa modernista de 500 m2 y unos 600 de jardín, que hoy es el jardín público Portolà. Allí fue donde empecé a explotar porque podía pintar varios cuadros a la vez y de gran formato; era una casa modernista pero estaba hecha una ruina, era una antigua residencia de estudiantes, todavía había literas y todo tipo de objetos… era como una casa de fantasmas, pero poco a poco la convertí en mi espacio. Aquello se acabó y entonces me fui a Berlín. Había estado un par de veces y tenía algunos amigos. Creo que Berlín es una de las ciudades más mágicas de Europa, es como un pueblo grande donde tienes las mejores exposiciones, los mejores teatros sin el ritmo frenético de otras grandes capitales. Estuve allí durante tres años en tres estudios diferentes y mientras tanto tuve un boom a través de Internet. Mi obra empezó a interesar a muchos niveles. Me llovían ofertas de galerías y de todo tipo de marcas que querían colaborar, de las cuales descarté la gran mayoría. Me invitaron a hacer una exposición en Los Angeles y otra en Nueva York. Fue mi primer contacto con Estados Unidos, siempre había tenido interés en Nueva York y más adelante, hace cuatro años, me mudé allí una temporada. Estuve en la India también, dos meses, viajando por el sur del país. 

    ¿La India fue una experiencia espiritual o artística? Bueno, no tan espiritual porque me lo encontré sin querer. Fue en 2009, llevaba trabajando sin parar desde 2006 y necesitaba romper el ritmo. Me regalaron un billete a la India y me asusté, pensé «¿qué hago yo en la India?». Pero fue una experiencia muy gratificante y conseguí relajarme en un país que te pone a prueba. Te encuentras constantemente con situaciones que no conoces y que no sabes cómo vas a reaccionar. Descubrí que podía desenvolverme de un modo que no conocía de mí mismo y a la vez que me estresaba me daba también paz porque podía ir conociéndome un poco mejor. Volví llorando porque fue una gran experiencia; no sé si algún día volveré, pero seguramente ya no será lo mismo. 

    Durante su estancia en Berlín, ¿conoció artistas que tuvieran un significado especial para usted? Tenía algunos amigos artistas, pero ya nos conocíamos de antes, así que no fue ninguna novedad. En aquellos años vi una exposición de Howard Hodking, que me interesó especialmente, aunque no fue en Berlín sino en Madrid, en el Reina Sofía, también comisariada por Enrique Juncosa, cuando aún no nos conocíamos. Recuerdo que en esa exposición no dejaba de entrar y salir de las salas porque había algunos cuadros que me atraparon y quería volver a ver una y otra vez. El guardia de seguridad parecía ya un poco preocupado [dice sonriendo]. 

    ¿Cómo fue el itinerario de sus viajes?, ¿iba y volvía? Primero fui a Portugal y volví, hice una exposición; luego es- tuve en Vallcarca, en la casa modernista e hice otra; después fui a Berlín y entre tanto hice exposiciones allí, en Mallorca, en Los Angeles y en Nueva York; después regresé a Barcelona y me instalé en el estudio de la calle Sant Pere més Alt; me fui a Nueva York para trabajar una temporada, volví y ahora estoy en mi estudio en la calle Zamora. Todavía tengo la intención de moverme, pero estoy aprendiendo que es difícil trasladar un taller con todo el trabajo de organización que conlleva. 

    Sus pinceladas son gruesas, amplias y corridas, ¿podría hablar de sus utensilios para conseguirlo? Pinto con algunos utensilios que me invento en función de lo que quiero pintar; para los cuadros grandes utilizo pinceles de hasta dos metros para poder hacer solo una pincelada. 

    ¿Conserva estos pinceles? Los monto y los desmonto para poder limpiarlos, ahora mismo no puedo limpiar un pincel de dos metros [sonríe]; he contactado con fábricas de pinceles para que me los fabriquen, pero no los hacen. También pinto sin pinceles, con telas, trapos, compresores, aspersores… lo que necesito para cada pintura. 

    Háblenos de los colores y de la introducción del negro, con el que está trabajando ahora Yo no me planteaba nada acerca de los colores; quizás ahora me lo estoy planteando más por- que estoy tratando de reducirlos y de cambiar los industria- les por otros más naturales e introducir el negro, con el que nunca había trabajado. Hasta ahora no lo necesitaba porque los tonos oscuros los conseguía con violetas, verdes o azules y ahora utilizo el negro y los grafitos con el objetivo de vol- ver a descubrir. Los colores me salían de manera natural, no pensaba en hacer un cuadro amarillo o rosa… iban saliendo, pero había reducido tanto la intención en la pintura que llegué a un punto de concreción extremo, casi como un gesto del pensamiento sobre un fondo. Ahora estoy volviendo a descubrir cosas y me gusta sentir que me estoy enfrentando a algo nuevo y perderme en ello; vuelvo a tener benevolencia con el propio medio que, dentro de mi pintura, se refiere a una aceptación constante del error y su reorientación. Vuelve a no importarme que se vean las capas anteriores, las correcciones que he hecho… es un planteamiento en el que esas pieles enriquecen a la pintura. A veces sí que, planteando el montaje de una exposición, pensaba que junto a un cuadro de un cierto color, por correspondencia, iría bien otro con otros tonos, pero es un proceso bastante natural. 

    Entonces, este cambio en el color, ¿ha surgido como una necesidad? Sí, sí, porque creo que ya estaba conociendo demasiado lo que hacía, me estaba limitando y no me gusta hacer copias de mí mismo, aunque no descarto que vuelva a hacer cosas parecidas a obras anteriores. En la exposición puede verse que hay obras de distintas épocas que tienen elementos comunes; al trabajar por familias pictóricas, un término que acuño de Juan Uslé, pueden aparecer cosas similares porque son inquietudes que todavía tienes. Pero ahora el proceso es diferente, es volver a perderme para volver a encontrar y no tener tanto control sobre lo que estoy haciendo. 

    Esta aceptación del error que ha mencionado, ¿cree que viene acompañada de una maduración personal? Supongo que sí. Ahora hay gente que piensa que los cuadros negros están provocados por la pandemia… ¡nada más lejos de eso! Precisamente, si la pandemia me ha aportado algo es valorar lo que realmente es importante y esto te libera de muchos miedos, te organizas el tiempo de otra manera y eres más selectivo con lo que quieres y no quieres hacer, y de lo que quieres preocuparte o no. He llegado a un momento en el que pienso que no hace falta sufrir tanto, que hay que vivir feliz; y yo, que tengo esta profesión que me encanta, no quiero sufrir por pintar, ¡ni por nada!; es muy difícil, pero es un objetivo. 

    ¿Sus pequeños cuadros tridimensionales suponen una nueva orientación? Un amigo que conocí en Sevilla dice que yo siempre decía que quería trabajar con mucha pintura; yo no lo recuerdo pero, a medida que he ido trabajando, me lo he ido encontrando. Estos cuadros vienen por una necesidad más matérica, pero al final es hablar un poco de lo mismo. Son actos muy cortos, decisiones muy rápidas, en un proceso muy lento. Puedo tardar medio año en pintarlos por el proceso de secado y cada vez que añado una pincelada dejo entrever la parte que me interesaba de la anterior; es como si estuviera superponiendo un planteamiento nuevo a los anteriores. Toda mi pintura tiene un punto de acción muy rápido pero después tiene un fondo, que es un proceso de pensamiento muy lento. 

    Podríamos decir que en su pintura hay una parte visceral, de acción, y otra racional, ¿cree que la relación razón-sensibilidad está equilibrada? Creo que sí. Estos días mucha gente me dice lo contenta y energética que sale de la exposición. Creo que mis pinturas transmiten algo de eso y por supuesto que me gusta que la gente sienta estas emociones, pero no es algo que busque. Hay pintura de acción por cómo me enfrento a ella pero no busco ese significado. Por ejemplo, en los cuadros de pincelada única hay un solo intento, un gesto de todo el cuerpo, pero el resultado habla de la intención de magnificar una pincelada a gran escala y no de como ha sido realizada. En los cuadros pequeños el trabajo es más caligráfico, un gesto de muñeca, pero no pretendo hablar de ese movimiento, sino del propio proceso pictórico. Hay cuadros que son muy directos y otros que son muy pensados. Cuando pinto, si tengo una idea de lo que quiero pintar, normalmente no sale; se acerca más o menos a lo que había planteado, pero hay que ir dialogando con la pintura para ver por dónde quiere ir el cuadro y por dónde quieres tú que vaya. Hay que llegar a un equilibrio entre lo que habías pensado y lo que va surgiendo. Es muy importante saber cuándo parar. 

    ¿Cuándo decide que el cuadro está acabado? Cuando ya no puedo añadir nada que lo mejore, que ningún planteamiento mental o físico pueda mejorarlo. 

    Enrique Juncosa dice que es un artista romántico. ¿Se siente así? Hemos hablado mucho con motivo de la exposición y debe verme así. Probablemente lo sea. Creo que si no hay una intensa entrega a la pintura, con el sufrimiento y el goce que comporta el hecho de pintar, la pintura puede ser algo banal. También hay que asumir renuncias y una cierta pérdida por- que las pinturas las has creado tú y forman parte de ti pero tienen su propia autonomía porque cuando salen del estudio tienen su propio recorrido y ya no vuelves a verlas. Esta exposición ha sido para mí muy bonita porque he podido reencontrarme con cuadros que hacía 15 años que no veía. 

    ¿Qué es para usted el éxito y cómo lo vive? Creo que el éxito es poder estar tranquilo; suena muy zen, pero creo que la paz interior viene reflejada por el ámbito económico, profesional, afectuoso… Interpretado estrictamente como se considera el éxito, tengo la fortuna de poder vivir de lo que me gusta desde que terminé la carrera, pero hay mucho trabajo detrás. Depende de en qué te enfoques, siempre hay alguna carencia. En la dedicación a la pintura hay muchas cosas que no se ven: de gestión, de taller, del tiempo… es muy complejo, pero estoy muy contento. Por suerte, los pintores no somos caras conocidas, aunque a veces me han parado por la calle, me piden fotos, firmas… es gracioso, pero a pequeña escala. Vivir de la pintura es fantástico pero soy muy consciente de que puede ser pasajero y hay que luchar para que no lo sea; por eso hay que ser un poco romántico y estar decidido a ir a por ello. Hay grandes pintores que han acabado enfadados con el mundo porque después de tener mucho éxito han vivido también el fracaso y eso nos puede pasar a todos. 

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