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    Helga de Alvear: ver, conocer, querer

    Helga de Alvear (Kirn/Nahe, 1936) conserva intacta la viveza de su mirada clara, el gesto risueño y un inconfundible acento renano. Alemana de nacimiento, hija del empresario industrial Jakob Müller, creció entre las bombas de la II Guerra Mundial y fue forjándose un carácter enérgico a golpe de anhelo y disciplina. Su intensa juventud terminó echando raíces en España, donde lleva viviendo más de medio siglo. Un país del que dice nunca quiso marcharse porque casi siempre se sintió a gusto aquí, a pesar de tener que lidiar las primeras décadas con una sociedad anclada en férreas tradiciones y costumbres caducas. Helga es el paradigma de la cosmopolita cultivada. Continuadora del proyecto pionero de su predecesora, Juana Mordó, decidió consolidar una de las primeras galerías madrileñas de arte contemporáneo, a la que dio el apellido de su marido, el arquitecto Jaime de Alvear. Galerista, mecenas y sobre todo entusiasta del arte contemporáneo, sus fondos de los siglos XX y XXI ostentan un puesto más que relevante dentro del coleccionismo mundial y llenan hoy las salas del flamante Museo Helga de Alvear, en Cáceres. Figuras irrepetibles de la vanguardia y posvanguardia, Kandinsky, Klee, Picasso, Louise Bourgeois, Joseph Beuys, artistas del minimal, el conceptual o el povera como Sol Lewitt, Richard Long, Yves Klein, Mario Merz, Lucio Fontana y Jenny Holzer, junto a una amplia representación de arte español, Tàpies, Saura, Palazuelo, Gordillo, Barceló, Elena Asins, Cristina Iglesias, Juan Muñoz, comparten espacio expositivo permanente con lo último de Julian Rosefeldt, Tracey Emin o Katharina Grosse. Al margen de la cronología general, destaca el conjunto de aguafuertes de Los Caprichos, un alarde de fusiones solo posible con genios intemporales como Goya. La Medalla al Mérito de las Bellas Artes, el Premio de la Fundación Arte y Mecenazgo, la Medalla Internacional de las Artes de la Comunidad de Madrid o el Premio Patrimonio, son algunos de los reconocimientos otorgados a Helga de Alvear, mientras instituciones como el Museo Reina Sofía o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando han recibido donaciones de su legado. 

    En 2010, su Fundación crea el Centro de Artes Visuales, núcleo embrionario del actual Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear, inaugurado en 2021 ¿Cómo se emprende un proyecto de esta envergadura? Me recorrí España de norte a sur, desde San Sebastián hasta Granada, buscando un lugar para mi colección con una oferta: “Si me regaláis la funda, os regalo todo lo que hay dentro”. Algunos me cedían casas en ruinas para que yo las restaurara, pero no acepté porque la idea era disponer de un edificio en condiciones. Hasta que en un viaje de vuelta de Lisboa pasamos por Cáceres, una ciudad que no conocía, y entramos en un restaurante del centro donde casualmente solía ir el entonces presidente de la Junta de Extremadura, Rodríguez Ibarra. Le dejamos un mensaje con nuestra propuesta y al cabo de 15 días me recibió y dijo: “Helga, yo te ayudo, esto se queda aquí, en Cáceres”. Y así fue.

    ¿Por qué eligió Cáceres? ¿Quizá la existencia de otro centro de arte contemporáneo como el Museo de Malpartida de Vostell?  No, fue más bien una coincidencia porque Vostell ya había muerto y yo sabía de la existencia de su museo, pero fui a conocerlo más tarde. Para empezar, necesitaba un espacio muy grande que reuniera gran parte de mi colección, mucha de ella guardada en distintos almacenes. Y sigue aumentando…  Ahora en ARCOLisboa he comprado un Baselitz y también una escultura de Juan Muñoz que es pieza única. Su hija me dio un abrazo muy fuerte por hacer que la obra se quedara en España. 

    En 1967 inicia su colaboración con Juana Mordó. ¿Fue ella quien le formó como marchante? Sí, allí empecé a conocer cómo funcionaba una galería. Pasado el tiempo, me fui ocupando yo de llevarla, y cuando Juana murió me ocurrió una cosa muy bonita. Se había celebrado una exposición de Kandinsky hacía diez años, en 1974, con ayuda de Nina, su viuda. Al terminar, Nina regaló a Juana dos acuarelas en señal de gratitud, una de ellas la vendió, pero la otra se quedó guardada en algún lugar de la galería. Un buen día, la encontré tapada con un papel al abrir un cajón y ahora tiene un sitio preferente en el museo de Cáceres. Aquel fue el principio de mi colección… [Amalia García Rubi. Foto: Alfredo Arias]

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