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    Instantes de luz

    En 1932, el historiador del arte mecenas Paul Marmottan (1856-1932) legó su palacete del XVI arrondissement de París y sus colecciones a la Académie des Beaux-Arts, que convirtió el edificio en un museo. El Musée Marmottan Monet alberga el más significativo conjunto de obras de Claude Monet (1840-1926), fruto de la donación que realizó su hijo Michel en 1966. Medio centenar de ellas han viajado hasta Madrid para ser expuestas en CentroCentro, en una presentación, organizada por Arthemisia, que incluye cuadros como Retrato de Michel Monet con gorro de pompón (1880), El tren en la nieve. La locomotora (1875) o Londres. El Parlamento. Reflejos en el Támesis (1905), junto con lienzos de gran formato como sus famosos Nenúfares (1917-1920). Todas estas obras fueron conservadas celosamente por Monet hasta su muerte y permiten recorrer todas sus etapas, desde sus inicios en las costas normandas hasta su última obra, los Nenúfares pintados en su propiedad de Giverny, pasando por sus viajes a Holanda, Noruega y Londres. 

    Nenúfares, c. 1916-1919 © Musée Marmottan Monet, Paris

    “Cuando salgáis a pintar, procurad olvidar los objetos que tengáis delante, sea un árbol, una casa o un campo. Pensad solo: «Esto es un pequeño cuadrado azul, esto un rectángulo rosa, esto una franja amarilla», y pintadlos exactamente como los veáis, con su color y forma exactas, hasta que hayáis plasmado vuestra primera impresión de la escena”, recomendaba el artista a sus discípulos. Convertido en maestro de la pintura al aire libre, Monet dedicó toda su vida a captar las variaciones luminosas y las impresiones de colores de los lugares que miraba. Más que en el motivo, su interés se centraba en la transfiguración de este último por obra de la luz. Para aprehender esta luz cambiante, trabajaba deprisa a base de pinceladas sucesivas y no  dudaba en aventurarse por lugares expuestos a cambios meteorológicos bruscos. 

    El velero, efecto del atardecer, 1885 © Musée Marmottan Monet, Paris

    En el siglo XIX, el advenimiento del ferrocarril y la invención de la pintura en tubos dieron más libertad de movimiento a los pintores, junto con la posibilidad de pintar al aire libre, práctica que sin embargo tenía sus limitaciones. Obligados a desplazarse con su material, los artistas elegían lienzos de pequeño formato y fáciles de transportar. También tenían que pintar deprisa, a fin de plasmar lo que veían al instante. Fueron Johan Barthold Jongkind (1819-1891) y Eugène Boudin (1824-1898) quienes iniciaron a Monet en esta práctica. El pintor recorría Francia con asiduidad e hizo varios viajes por el extranjero con el objetivo de pintar marinas, paisajes o escenas de la vida familiar, como el retrato abocetado de su esposa Camille (1870). En algunas de sus sesiones en plein air, Monet recurría a los servicios de un porteador, como Poly, a quien conoció en Belle-Île en 1886 y de quien pintó un retrato. 

    Paseando cerca de Argenteuil, 1875 © Musée Marmottan Monet, Paris

    En 1883 el pintor se instaló en Giverny y esta nueva estabilidad le permitió explorar el entorno y afinar su vista y su estudio de la naturaleza pintando las plantas y flores que le rodeaban en su jardín, “la obra más bella que he creado”. La figura humana fue desapareciendo progresivamente de su obra, cuyo único asunto acabaron siendo los iris, los hemerocallis, los agapantos y sobre todo los nenúfares, al tiempo que adoptaba como tema predilecto su jardín acuático al que dedicó 125 paneles de gran formato de los que regaló una selección a Francia (lo que se conoce actualmente como los Nenúfares de la Orangerie).

    Londres, el Parlamento, reflejos en el Támesis, 1905 © Musée Marmottan Monet, Paris

    Estas pinturas monumentales, ejecutadas directamente en el estudio, llevan a su paroxismo las investigaciones iniciadas ya con los Nenúfares de 1903 y 1907. «Hay que trabajar mucho para lograr reproducir lo que se busca: el instante, y sobre todo la envoltura, la luz que se difunde en todas partes» En 1908, el artista empezó a sufrir de cataratas, dolencia que le impedía ver con claridad y alteraba su percepción de los colores. Durante su lucha contra esta ceguera progresiva, su paleta se redujo quedando dominada por los marrones los rojos y los amarillos, como dejan patente en esa época, los ciclos de El sendero de los rosales, los Puentes japoneses y los Sauces llorones. Su pintura acabó volviéndose más gestual haciendo visible la mano que sujetaba el pincel. 

    El tren en la nieve. La locomotora, 1875 © Musée Marmottan Monet, Paris

    [Hasta el 25 de febrero. CentroCentro, Madrid. www.monetmadrid.com]

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