Isabel Villar (Salamanca, 1934) encarna hoy a la misma pintora que nos fascinó ayer, solo que, en los cuadros de ahora, la naturaleza se nos brinda aún más exuberante. Desde el comienzo de su andadura, Villar ha venido inventando un lenguaje figurativo que no parece adscrito a corriente alguna. La incompleta calificación de pintora naif o las comparaciones de “estilo” con nombres de la vanguardia como Henri Rousseau, se reducirían a una mera mención de lejanas semejanzas. La manera de concebir el ejercicio de la pintura en tintas preciosas aplicadas a base de pequeñas pinceladas ordenadas, tiene algo que ver con el modo en que los iluminadores medievales miniaban sus códices. En este Arca de Noé de armonía cósmica, todo tipo de fauna salvaje convive con una figura múltiple, desdoblada en mujer-niña-diosa-ángel. Eva en su Paraíso, un locus amoenus que (puestos a buscar resonancias históricas) revisitó también desde su personal visión panteísta, el pintor alemán Franz Marc, otro gran amante de los animales. Un canto a lo planetario donde poder olvidar la fealdad del mundo. Esposa y madre de artistas, a Villar, la vida le ha brindado los mejores temas, no para mostrar sus verdades empíricas, sino para reconstruir la belleza primitiva de un no lugar. Pura utopía. El prolongado éxito de esta veterana artista se manifiesta en la amplia producción de cuadros celebrados en numerosas exposiciones, que actualmente visten paredes de colecciones privadas y museos tan prestigiosos como el Reina Sofía, el Museo de Bellas Artes de Santander, la Biblioteca Nacional o el Museo Vaticano de Roma, entre otros. Hace poco decidió entablar un tête à tête con su querido Eduardo, una especie de mano a mano in memoriam que solo pintores cómplices como Villar y Sanz pueden licenciarse y salir airosos del intento. Tomó un lienzo de su esposo, el gran hacedor de mares imbatibles, y se hizo un regalo de cumpleaños: “Entonces cogí un pincel, pinté una chiquita dentro del agua y firmé en una esquina”.
Esta es su tercera individual en la galería Fernández-Braso. En la anterior, celebrada en 2021, dijo que sería la despedida, y afortunadamente no ha sido así… Es verdad. De todas formas, ya no me atrevo a afirmar que será la última porque luego los galeristas me dicen: “lo mismo nos advertiste en la anterior”. La primera de todas la celebré en 2009, en la pequeña galería Juan Gris, antes de la apertura de este nuevo espacio tan espléndido.
Pinturas 2022-2023. Obra recién salida del taller. Sigue siendo una artista en la plenitud de su carrera Sí, es cierto, llevo una temporada larga dedicada el día entero a pintar. Yo antes solía bajar al taller por las mañanas y trabajaba hasta la hora de comer. Pero desde hace un par de años, por cuestiones personales, he sentido una necesidad de volcarme todavía más en mi obra llenando además las tardes, algo que casi nunca había hecho hasta ahora.
¿Alguna relación de estos cuadros con la gran exhibición Leones en el Jardín en el CEART de Fuenlabrada en 2022? Aquella fue una exposición que estuvo también en la sala DA2 de Salamanca el año pasado. No hay un nexo de unión especial entre las obras presentadas entonces y las de ahora. En los cuadros recientes que he llevado a esta última exposición, hay un grito permanente para salvar la naturaleza. Por eso me apetecía mucho que el texto del catálogo fuera escrito por Joaquín Araújo, el autor del libro Los árboles te enseñarán a ver el bosque. Además, nos une un afecto muy especial.
En estos cuadros hay un incremento de la esplendidez narrativa, en personajes y marcos naturales ¿Sueña con ese Edén todavía? Todo lo que aparece en mi obra es pura utopía porque la realidad del mundo es muy distinta. Fíjate en las guerras que hay ahora. Yo estoy convencida de que ese Dios que dicen que existía y que dijo: “Haré al hombre a mi imagen y semejanza” no puede ser verdad, es imposible que fuera tan malo. Por eso pinto animales salvajes, que solo matan para comer y subsistir.
Nació en Salamanca, donde pasó su niñez y adolescencia y donde adquirió su primer aprendizaje artístico. ¿Cuándo y por qué decide ir a Madrid para ingresar en Bellas Artes? Yo había estudiado previamente en Salamanca. Dio la casualidad de que el director de la Caja de Ahorros, a la que pertenecía la Escuela de San Eloy, era hermano de mi abuela y le comentó que sería muy bueno que yo, entonces Isabelita, asistiera a las clases de dibujo de esa escuela. Allí conocí a Teresa Gaite, Manolo Méndez y otros más, todos mayores que yo. Tuvimos muy buenos profesores, entre otros a Zacarías González, que entonces era una eminencia, y a Manolo Gracia, que fue un preparador estupendo. Hicimos el examen de ingreso para Bellas Artes y entramos todos a la primera…. [Amalia García Rubí. Foto: Alfredo Arias]