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    Robert Wilson, el creador total

    Robert Wilson (Waco, Texas, 1941) ha estado en Barcelona presentando su producción escénica de El Mesías de Mozart en el Gran Teatre del Liceu, un verdadero deleite para los sentidos, que ayuda a comprender mejor los dibujos en papel que expone en la Galeria Senda, ya que expresan lo que imaginó para la escenografía capturando momentos efímeros de su producción como parte de su proceso creativo. Wilson piensa dibujando y mientras conversamos, va haciendo bocetos en su bloc de notas. Aunque su fama le viene como director de escena y dramaturgo, estudió arte y arquitectura antes que teatro. Tras haber completado su formación académica en la Universidad de Texas y en el Instituto Pratt de Brooklyn, Wilson fundó el colectivo de performance “The Byrd Hoffman School of Byrds” en Nueva York, a mediados de la década de 1960. Sus obras figuran en museos y colecciones privadas de todo el mundo y ha sido galardonado con numerosos premios a la excelencia, incluyendo una nominación al Pulitzer, dos Premios Ubú, el León de Oro de la Bienal de Venecia y un Olivier. También es fundador y director artístico de The Watermill Center, un laboratorio para las artes en Water Mill, Nueva York.

    ¿Cómo llegó el teatro a su vida? Nací con un sentido clásico del orden y de la arquitectura. De niño coleccionaba sellos, postales y monedas, y me pasaba el tiempo ordenándolo todo, en una mesa o en el suelo. Más tarde, cuando empecé a hacer teatro, seguía preocupado, siempre, con este orden. Me sentí atraído por Piranesi y sus dibujos de Roma, eran como un mapa para pensar en todos estos patrones clásicos, y también me gustaba la arquitectura de Palladio y la de Mies van der Rohe; Frank Gehry, en cambio, no me interesaba tanto. Siempre conecté mejor con la arquitectura clásica que es, simplemente, un orden, es un edificio y un árbol; el árbol te ayuda a ver el edificio y el edificio te ayuda a ver el árbol. Y las formas son muy diferentes. Igual sucede en el teatro, en el griego antiguo, que están el protagonista, el antagonista, un coro y el ballet clásico, una primera bailarina y la corte de ballet. Sólo hay dos líneas en el mundo. Sólo dos. Así que tienes que decidirte. ¿Quieres una línea recta? ¿O la quieres curva? Eso es todo lo que hay. A menudo he tratado de reducirlo a esto.

    De ahí el carácter minimalista de su obra Siempre he pensado de forma abstracta, y cuando llegué por primera vez a Nueva York para estudiar arquitectura, fui al teatro y no me gustó. De hecho, sigue sin gustarme en su mayor parte porque no puedo concentrarme en el texto porque la iluminación está mal o porque suceden demasiadas cosas. Me ocurre lo mismo con la música, prefiero escuchar una grabación a ir a la ópera. Así que mi reto, cuando concibo algo para el escenario, es crear algo que esté concentrado, que me ayude a sentir la música mejor que cuando escucho la radio.

    Estudió en el Pratt Institute, donde estaba John Cage, ¿qué son para usted el silencio y la música? Si cierro los ojos, empiezo a escuchar con más atención y me pregunto si puedo crear algo en el escenario que mirándolo me ayude a escuchar mejor que con los ojos cerrados. Por eso El Mesías y la mayoría de mis obras se escenifican primero en silencio. Al principio no había música. Es decir, la conocía, pero no quería ilustrar lo que veía con lo que oía, y trabajo con lo que veo y lo que oigo por separado. Me gusta ensayar en la oscuridad con los cantantes y los músicos. Así puedo concentrarme en lo que oigo sin distraerme con lo que veo. Y luego ensayar en silencio para que estructuralmente pueda valerse por sí mismo y al final junto las dos cosas: lo que oyes y lo que ves…. [Marga Perera. Foto: Bronwen Sharp]

     

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