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    La Bienal de Florencia, un genuino «museo en venta»

    En el corazón de Florencia, a orillas del río Arno, se levanta el Palazzo Corsini, un ejemplo de arquitectura barroca cuyos salones con vistas al Ponte Vecchio acogen la BIAF, la Biennale Internazionale dell’Antiquariato di Firenze, fundada en 1959 y considerada “La grande mostra dell’arte italiana”.  Del 24 de septiembre al 2 de octubre celebra su 32ª edición contando con la escenografía del diseñador Matteo Corvino y la participación de 80 galerías internacionales que han reservado para la cita no menos de 4.500 obras de arte, previamente examinadas por un comité científico con el objetivo de ofrecer las máximas garantías al comprador.

    Bartolomeo di Giovanni. La Virgen y san Juan adorando al Niño Jesús. Altomani & Sons

    Como dice su director, el anticuario Fabrizio Moretti, este certamen es un genuino “museo a la venta”.  Sin duda es el capítulo dedicado a la pintura antigua el que permite constatar la dimensión de este evento. Sus paredes acogen, por ejemplo, un óleo del que fuera el alumno más aventajado de Botticelli, Bartolomeo di Giovanni. Otro discípulo famoso, en este caso del genial Donatello, es Agostino di Duccio (1418-1481) que es el artífice de un Cristo bendiciendo realizado en mármol. Este artista es recordado por haber descartado el bloque de mármol en el que posteriormente Miguel Ángel esculpiría su famoso David.

    Agostino di Duccio, Cristo bendiciendo. Botticelli Antichità

    Un Arcimboldo escultórico, eso parece El guardián del huerto. una escultura de casi 2 metros de altura que pone a la venta la galería Canesso. Se trata de un hombre cuya anatomía está modelada, en piedra de Viggiù, una arenisca muy fina, simulando frutas y verduras. Es un trabajo de un extravagante escultor lombardo activo a finales del siglo XVI. Otra rareza la encontramos en el stand de Maurizio Nobile; se trata de un conjunto escultórico modelado en terracota en el que aparecen los signos del zodíaco, obra del artista decimonónico Francesco Collina.

    Francesco Collina, Escultura zodiacal en terracota. Maurizio Nobile

    Otro nombre propio es el de Carlo Maratti, que está representado en el Museo del Prado. Este artista llegó a Roma en 1636, entrando poco después en el taller de Andrea Sacchi. Su formación estuvo encaminada desde sus primeros años a la pintura clasicista, preconizada por su maestro y por el círculo de sus amigos entre los que se encontraba Nicolas Poussin. La pintura de Maratti se define por la belleza de sus modelos, inspirados en Rafael, y la armonía de sus composiciones. Unos rasgos que se aprecian en el elegante retrato de Giovan Pietro Bellori que ofrece la anticuaria Alessandra di Castro.

    Carlo Maratti, Retrato de Giovan Pietro Bellori. Alessandra di Castro

    La Biblia ha sido una fuente inagotable de inspiración para los artistas. Uno de sus episodios, la historia de Absalón es el tema de un impactante cuadro que vende Robilant + Voena; el pincel de Niccolò Tornioli (1606 – 1651) recrea el momento en que Absalón decide vengar la violación de su hermana Tamar encargando a sus siervos la muerte del culpable, Amnón, durante un banquete. 

    Niccolò Tornioli, El banquete de Absalón. Robilant + Voena

    El arte moderno y contemporáneo también tienen su espacio en la Bienal. De uno de los exponentes del informalismo abstracto alemán, Arnulf Rainer, con obras en el MoMA y el Guggenheim, y que a sus 92 años aún sigue en activo, se ofrece un óleo sobre cartón, Qualle, fechado en 1982. Otro nombre estelar es el de Wassily Kandinsky, uno de los iniciadores del arte abstracto, que firma una preciosa acuarela. Fechada en 1936 fue realizada en París, tras su huida de Alemania por el ascenso al poder de Hitler y la consiguiente clausura de la Bauhaus.

    Wassily Kandinsky, Communiqué. Tornabuoni Arte
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