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    La Colección de Berta Caldentey

    Romper el hielo y dejar de lado los prejuicios, es un buen consejo que Berta Caldentey ofrece a un coleccionista novel. Hace veinte años ella se lanzó a la aventura y lo que empezó de manera intuitiva ha ido cuajando en torno a un hilo conductor, el espacio, un concepto que explora en sus distintas ramificaciones. Puestas en común sus obras son un reflejo del carácter poliédrico de la vida y el mundo y plantean un estado de la cuestión de lo humano y lo social. “Las obras de mi colección también me ayudan a entender por qué estoy aquí y qué sentido le encuentro yo a la vida” nos dice. Recientemente participó en el programa The Collector is Present en el contexto del BCN Gallery Weekend, mostrando al público una parte de sus fondos en la galería Palmadotze de Santa Margarida i els Monjos. Caldentey se siente orgullosa de formar parte del Taller de la Fundación MACBA, y poder apoyar al museo de arte contemporáneo de Barcelona, que tanto le ayuda a educar la mirada hacia el arte de nuestro tiempo.

    ¿Cómo fue su primera experiencia con el arte? Siendo muy joven, después de acabar la carrera de Historia, hice algunas colaboraciones periodísticas; tenía un amigo que tenía una galería en Mallorca y escribí textos para catálogos de exposiciones de artistas mallorquines, como Pep Llambias, Toni Moranta y Rubén Morales. Me interesaba el arte y ellos eran artistas que empezaban y así es como me inicié, más que nada como observadora. Empecé a recorrer galerías y ferias y compré mi primera pieza, un Zush. Empecé tímidamente porque no me planteaba ni mucho menos ser coleccionista; creo que hice lo que había que hacer con el arte: romper el hielo y dejar de lado los prejuicios.

    ¿Cuándo empezó a sentirse coleccionista? Cuando me di cuenta de que había comprado muchas obras. Te vas introduciendo en el mundo del arte, vas conociendo profesionales del sector; no es un mundo tan grande y tímidamente vas quedándote en él. Cada uno tiene su presupuesto y sus perspectivas, claro; de la misma manera que uno se programa un viaje y sabe si puede hacerlo o no en función de sus posibilidades, yo compraba piezas a las que podía tener acceso. Me gustaba el arte contemporáneo actual, un arte que me habla del mundo en el que vivo, y me di cuenta de que los artistas coetáneos míos, los que empezaban, los emergentes, decían muchas cosas y era interesante fijarse en ellos. Cada vez me interesaban más y descubrí que no era la única. Es una apuesta porque te puedes equivocar; es también una inversión de futuro, estás invirtiendo una cantidad significativa de dinero y hay que destinar un espacio específico para la obra. Entonces fui consciente de que me gustaba convivir con las obras que me decían algo y que era interesante encontrar el lugar para que dialogaran entre sí. Así empecé a construir con ellas narrativas a mi alrededor.  

    ¿Con qué criterio va ampliando su colección? Empecé de una manera muy intuitiva y poco a poco me di cuenta de que había que buscar un poco el orden, como en todo, y dar un sentido a este mapa que estaba construyendo sobre mi existencia. Me puse a pensar sobre la necesidad de un hilo conductor y vi que lo que me interesaba era el concepto de espacio. Por supuesto, me interesan muchas cosas; pero al final te centras en una línea a seguir que, en mi caso, fue el espacio, que permite ramificaciones y conexiones con diferentes temas que van enriqueciendo ese tronco común, como si fuera creciendo la copa de un árbol, formando una unidad. Se trata del espacio concebido tanto desde el punto de vista personal, ya que somos individuos, como desde el aspecto más colectivo y social, porque también convivimos. Así que podemos tener en cuenta el espacio del que nos apropiamos, como puede ser la arquitectura, o un espacio como escenario, que puede ser el espacio público, o un mundo más introspectivo, como Secretos: Linterna mágica (2016) de Iñaki Bonillas, obra realizada en la casa de Luis Barragán en México, donde el artista fotografió aspectos que el arquitecto trató de mantener ocultos. Se puede plantear una visión histórico-social, como aportan muchas de las obras de mi colección (Teresa Margolles, Bouchra Khalili o Alán Carrasco, por ejemplo), o más estrictamente conceptual como pueden ser Palabras vacías de Ignasi Aballí. También cuenta el posicionamiento para dar una dimensión espacio-temporal a mi visión del mundo porque creo que realmente es un hilo conductor.

    En su colección hay una línea de reflexión social y política Sí, me interesan los artistas que hacen pensar sobre temas que nos afectan a todos, como por ejemplo Pep Vidal, que hace una reflexión sobre el papel burbuja, que lleva encapsulado el aire que todos respiramos y todos compartimos y, a través de ese papel burbuja, el aire va por el mundo; es el aire que respiramos y sin el cual no estaríamos aquí. Se trata de un razonamiento que va mucho más allá de un compromiso político, este aire nos pone en relación con un entorno que tenemos que cuidar. Núria Güell, por ejemplo, no tiene una identificación política, pero habla sobre el hecho de que no puedes escapar del control del sistema aunque quieras salir de él. Ella misma se presentó en la Delegación del Gobierno de Girona para solicitar ser apátrida. No es que tuviera ganas de hacerlo, sino que se involucró para constatar que esto no se puede hacer; lo intentó, pero no hubo manera. Lo que hace Núria es analizar el mundo en el que vive tomando una actitud muy comprometida en el sentido en que se pone como protagonista. No es una visión contestataria, sino una constatación de que vivimos en un mundo muy estructurado… [Marga Perera. Foto: Maria Dias]  

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