“Trabajo con el vídeo y el ordenador para alcanzar un arte más solidario y plural”, asegura Marisa González (Bilbao, 1943), flamante Premio Velázquez por “su amplia trayectoria como artista multimedia, pionera en la utilización de nuevas tecnologías desde los años 70 hasta la actualidad”, sin olvidar su activismo en el feminismo, con cuya obra trató de forma crítica la violencia de género ya en 1975. Licenciada en Bellas Artes, perfeccionó sus estudios en el Art Institute de Chicago, formándose en nuevas tecnologías aplicadas al arte con Sonia Sheridan, promotora del departamento de Generative Systems, y más tarde enla Corcoran School of Art de Washington, donde es discípula de la artista feminista Mary Beth Edelson. Representada por la galería Freijo de Madrid, que le dedicará una exposición individual este año, en estos momentos participa en la muestra ¿Cuánto dura un eco? en la Bienal Internacional de Fotografía, Fotonoviembre XVII, dedicada al movimiento feminista en la España de 1970 y comisariada por Violeta Janeiro, que se celebra en el TEA, Tenerife Espacio de las Artes, hasta el próximo 10 de marzo.
El Premio Velázquez ha reconocido su crítica a la violencia de género, el feminismo, la memoria o la arqueología industrial. ¿En qué se siente más identificada? Aparentemente parecen temas muy diferentes, pero en todos mis trabajos hay un trasfondo de compromiso social, tanto en los temas feministas, en los planes transgénicos, o en los proyectos de la arqueología industrial. Soy vasca y el mundo industrial me ha rodeado durante toda mi infancia. Más tarde, al adentrarme en el proceso de desmantelamiento de varias fábricas de Bilbao, fui descubriendo diversas facetas de la vida de sus trabajadores, emigrantes de otras comunidades de España, y saqué la conclusión de que la industria vasca había sido construida con la mano de obra de estos trabajadores y lo reflejé en la instalación Luminarias. Por otro lado, uno de los proyectos más relevantes que desarrollé a principios de este siglo fue sobre la Central Nuclear de Lemóniz en Bilbao.
¿Cómo fue su primer contacto con el arte? Yo había estudiado la carrera de piano; tenía habilidades para el dibujo y la pintura y fui a Artes y Oficios porque en Bilbao no había Escuela de Bellas Artes. Más adelante, se abrió la Academia que preparaba para Bellas Artes y pensé que era mi oportunidad; no tenía ningún antecedente familiar que me impulsara a ello, simplemente me gustaba. Así que me preparé para el ingreso en la Escuela de Bellas Artes de Madrid y empecé en 1967.
¿Qué le aportó la música?, ¿hasta qué punto ha sido importante en su carrera y en su vida? La música, desde un punto de vista profesional, requiere un virtuosismo que yo no tenía en mi juventud a pesar de sacar muy buenas notas. Mis amigas pianistas se recluían en casa y estudiaban repitiendo la misma partitura horas y horas. Yo era mucho más impaciente y me aburría. Sin embargo, he disfrutado de la música toda mi vida, asistiendo regularmente a conciertos y óperas, y trabajo en mi estudio con Radio Clásica.
Vivió el Mayo del 68 en Madrid, ¿cómo lo recuerda? Fue muy enriquecedor vivir el movimiento estudiantil. Fui delegada de la Escuela de Bellas Artes en aquella época. Asistí a las revueltas, manifestaciones y reivindicaciones. Recordemos que era en plena época franquista y manifestarse era arriesgado. El Mayo del 68 me pilló en la Complutense, y recuerdo el concierto que Raimon dio en la Facultad de Políticas, donde todos cantamos a coro «Al vent, la cara al vent…». Aquel concierto fue un momento crucial en el movimiento estudiantil, lleno a tope, toda la facultad repleta por los pasillos; fue uno de los actos más bonitos y emotivos a los que pudimos asistir. Concretamente, Marcelo Brodsky, que también ha participado en la exposición en el TEA de Tenerife que se acaba de inaugurar, presentaba cuatro fotografías de los actos del movimiento del Mayo del 68 y, entre ellos, una foto de este evento de Raimon.
Después marchó a estudiar a Estados Unidos La experiencia americana fue determinante; jamás hubiera podido desarrollar mis proyectos artísticos si me hubiera quedado en España. En Chicago vivíamos en una casa tres parejas; ellos, estudiantes de máster en economía, y yo, que estudiaba arte. Eran los años de la guerra de Vietnam, que se vivió como aquí el Mayo del 68. La universidad estaba muy viva y el activismo era con manifestaciones muy frecuentes y me acuerdo que cuando llegué a Chicago y empezaron las movilizaciones, yo pensaba: «bueno éste no es mi problema», porque en Madrid iba a todas, pero enseguida vi que era un problema global y cuando los compañeros se quedaban pintando en el estudio, yo les decía que cómo no iban a la manifestación, que era un problema de todos, o sea que el activismo, mi militancia, se revolvió en mí también allí, en Estados Unidos.
Dice que el arte es lo más importante de su vida, más incluso que sus
tres hijos y su pareja, ¿cómo lo mide? Esta afirmación es bastante controvertida, sí, lo he debido decir en alguna entrevista, porque se repite constantemente y mis hijos me lo recriminan. Pero por el hecho de ser mujer, he tenido que sacrificar una parte de mi vida familiar para poder continuar con mi carrera profesional. Siempre he intentado que hubiera un equilibrio. Lo he vivido como una balanza, y si una de las partes se inclinaba demasiado sobre la otra, retrocedía para igualar. Pero me ha salido muy bien ya que tengo una pareja y unos hijos maravillosos.
Es considerada pionera en el uso de las nuevas tecnologías en el arte Cuando terminé Bellas Artes, en 1971, con una formación academicista decimonónica, saqué una conclusión: que lo que me habían enseñado era el camino que yo no quería seguir. Yo quería una educación que mirara al futuro. Así que ese mismo año, nada más acabar la carrera, me trasladé a Chicago para estudiar en un máster en el Art Institute. Allí tomé contacto con asignaturas nuevas para mí, como vídeo, fotografía y Generative Systems. Este último fue mí un gran descubrimiento, porque trabajábamos con máquinas, la principal era la primera fotocopiadora de color del mundo, la 3M Color in Color, inventada dos años antes.
¿Cuándo empezó a utilizar arte y las tecnologías? Ese mismo año, 1971, usando tanto máquinas recién inventadas como anticuadas, pues cada una aportaba su impronta. Continué con diferentes herramientas de la comunicación utilizadas como instrumentos de creación. Trabajé con el fax, precursor de Internet, en el sentido de que por primera vez se podía transmitir imagen y texto en tiempo real entre diferentes lugares. También participé en la exposición inaugural del Centro de Arte Reina Sofía en 1986, titulada Procesos: Cultura y Nuevas Tecnologías, en la que también tomó parte Sonia Sheridan con sus Sistemas Generativos… [Marga Perera. Foto: Alfredo Arias]