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    Una historia de la intimidad

    En su libro La casa de la vida, el estudioso del arte italiano Mario Praz presenta su autobiografía al hilo de la descripción de cada uno de los espacios que componen su vivienda. La espina dorsal es su casa romana: sus habitaciones, muebles, ornamentos y obras de arte. En el recorrido por esos espacios Praz describe su infancia y primeros años de formación, sus amores, sus viajes, sus contactos con los más famosos teóricos del arte, sus amistades y su vida familiar. Esta casa, que hoy es un museo, fue su vida, pues, como él mismo decía: «la casa es el hombre». La casa es el objeto privilegiado para un estudio de la intimidad. Es el marco de las relaciones más íntimas y el lugar en el que se guardan los recuerdos y sueños más secretos. Sin embargo, la representación pictórica de la casa, entendida como un lugar cálido e íntimo que acoge a sus habitantes, y no solo como un escenario en el que se desarrolla la acción, posee una historia: una fecha de nacimiento y quizá también una de defunción. Mario Praz considera que fueron los artistas del Norte de Europa y en particular los pintores holandeses del siglo XVII los primeros en recrear en sus telas este sentimiento de intimidad. Y ese es el punto de partida que también he adoptado al escribir Dentro. La intimidad en el arte (Abada Editores)  Aunque tanto en la pintura antigua, griega y romana, como en la medieval y renacentista se compusieron interiores de cierta complejidad, fue, sin duda, en las siete provincias independientes de los Países Bajos donde surgió y se consolidó la pintura de interior como género pictórico. Su producción fue muy numerosa y la recepción del público muy favorable. Gracias a su habilidad con la perspectiva y la composición espacial, estos pintores supieron crear verdaderos paisajes de interior. Fueron muchos los artistas que frecuentaron este género. Pero, en esta crónica merecen un lugar especial Pieter de Hooch (1629-1684) y Johannes Vermeer (1632-1675). De Hooch supo recrear como ningún otro la casa del ciudadano holandés hasta componer una sintaxis compleja de sus espacios domésticos. En sus pinturas desarrolló una sofisticada ars combinatoria de habitaciones, umbrales, ventanas, escaleras y alturas, llegando a configurar en nuestro imaginario el interior de la casa burguesa: una morada cálida, ordenada y limpia en la que se nos invita a entrar y permanecer. Vermeer dio un paso más. Añadió la experiencia de lo íntimo al ámbito de lo doméstico… [Edward Hopper, Motel del Oeste, 1957, Yale University Art Gallery, New Haven] Charo Crego es autora del libro Dentro. La intimidad en el arte. Abada Editores

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